Estamos en la última semana de especulación antes de que Donald Trump ocupe por segunda vez la Casa Blanca y podamos comenzar a ver por fin las primeras acciones reales del terremoto político nacional e internacional que se avecina.
Aún sin tener los códigos nucleares del arsenal estadounidense en la mano, las meras palabras de Trump ya han sacudido a más de uno y nos anticipan el tsunami geopolítico que vendrá, con la novedad de que probablemente veremos a Estados Unidos desempolvando su imperialismo expansionista.
En una sola conferencia de prensa, la semana pasada Trump lo mismo barajó el cambio de nombre del Golfo de México por Golfo de América, la toma del Canal de Panamá y la búsqueda de anexar Groenlandia a territorio estadounidense. Uno podría tomar estas declaraciones como meras ocurrencias, pero el estilo personal de ejercer el poder de Donald Trump nos ha mostrado que, incluso, sus ideas más disparatadas pueden convertirse en realidad como parte de la agresiva estrategia de negociación que es característica del magnate.
Los otros mensajes del mensaje
Tal es el caso de la incorporación de Groenlandia al dominio estadounidense. A pesar de sonar como algo disparatado, podría ser una de las acciones que, pensándolo en términos históricos, podría ser una de las más probables y que tendría consecuencias más significativas para la geopolítica del siglo XXI. Se trata de una isla de dimensiones tan gigantescas que es 10% más grande que México, pero que sólo tiene una población de 56 mil habitantes, una tercera parte de la población de la alcaldía Milpa Alta. Además, hay que considerar los enormes efectos de popularidad que podría tener una conquista de semejantes dimensiones.
El discurso del Make America Great Again implica que hubo algún momento en el pasado en que Estados Unidos fue mejor. Si se les pregunta a las mujeres, los afroamericanos, migrantes indocumentados y otras minorías, difícilmente podrían decir que el pasado era mejor, pero para el electorado de Trump, sí lo fue, y la expansión territorial está asociada a ese pasado que no es tan distante. La última vez que se agregó una estrella a la bandera de Estados Unidos fue en agosto de 1959, cuando Hawái fue integrado formalmente como el estado 50, unos meses después de que Alaska hubiera pasado por el mismo proceso. Sobra decir todo el proceso previo de expansión, en el que hasta nosotros tuvimos que pagar el precio del imperialismo expansionista de nuestros vecinos.
Hoy las fronteras de los países están de vuelta en la mesa de discusión, y no en un tribunal internacional que después de una profunda discusión establezca una nueva frontera, sino en la pura fuerza. El efecto de la invasión rusa a Ucrania no puede dejarse de lado, pues Trump ha visto con sus propios ojos cómo Putin pudo impunemente lanzarse a conquistar un territorio con una guerra que ha dejado escenas que se creían guardadas en la historia del siglo XX o cómo Israel ha podido expandirse y aniquilar a sus vecinos sin preocupación alguna. Si otros países están aprovechando, ¿por qué Estados Unidos no?, debe pensar Trump. En la historia universal de la humanidad, los imperios han dominado alrededor de 80-90% de los últimos 40 siglos, siendo los periodos de paz y repúblicas la verdadera anomalía. Es momento
de abrocharse los cinturones.