TEATRO DE SOMBRAS

Medio siglo sin Franco

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

En España se han organizado varios eventos para reflexionar acerca de la muerte de Francisco Franco, acontecida el 20 de noviembre de 1975. La vida y la muerte de Franco nos toca también a los mexicanos por muchas razones históricas, políticas y humanas, no olvidemos que muchos miles de mexicanos son descendientes de los exiliados por la guerra civil que azotó a España entre 1936 y 1939.

La posición del Gobierno mexicano durante el conflicto fue de solidaridad plena con el gobierno legítimo de la República española, tanto así, que mientras duró la dictadura franquista no hubo relaciones diplomáticas entre los dos países.

La muerte de Franco marcó un antes y un después en la historia de España. Algunos enfatizan todo lo que cambió para bien, que fue impresionante, pero no está de más recordar la herencia sombría del franquismo en la España contemporánea, que sigue estando presente, a pesar de todo. Quizá el legado más visible del franquismo sea la monarquía española. Si hoy en día hay un rey en España es porque al llamado “caudillo” así lo quiso o, dicho de otra manera, porque así fue su “real gana”.

El alzamiento en contra del gobierno democrático en 1936 no fue, hay que recordarlo, una revuelta cuya finalidad primordial fuese el restablecimiento de la monarquía. El movimiento falangista, una de las fuerzas más poderosas del bando rebelde durante la Guerra Civil, no adoptaba en su ideario la restauración monárquica como una de sus banderas. Lo que buscaba era algo diferente: la regeneración de una España unida más allá de las divisiones de clase y de grupo, la erradicación de las ideas socialistas y comunistas y la defensa de los valores del catolicismo tradicional. Todos estos objetivos podían cumplirse sin que España fuese una monarquía. El proceso por el cual el llamado “movimiento nacional” adoptó por fin la solución monárquica sólo se formalizó hasta 1947 con la Ley de Sucesión en la Jefatura de Estado, que volvió a definir a España como un reino. En esa ley se le otorgaba a Franco la atribución absoluta de nombrar al rey que lo sustituyera en la jefatura del Estado, después de su muerte. La decisión de Franco fue que Juan Carlos de Borbón fuese su sucesor, pero bien pudo haber elegido a cualquier otro individuo. Cuando el 22 de julio de 1969, Juan Carlos fue designado oficialmente como el sucesor a la Corona española, fue obligado a jurar su lealtad a los principios del movimiento nacional encabezado por el dictador.

Cincuenta años después de la muerte del dictador, España sigue siendo una monarquía por la gracia, no de Dios, sino de Francisco Franco Bahamonde. Quien diga que España es una monarquía por la voluntad del pueblo español, manifestada en la constitución de 1978, dirá, cuando mucho, una verdad a medias.

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