ANTROPOCENO

México, ¿potencia científica?

Bernardo Bolaños *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

El Gobierno federal enfrenta el reto de fomentar el desarrollo tecnológico sin someter al país a una modernización forzada. Suena difícil, si recordamos que científicos enojados injuriaban, llamándola “elotera”, a la anterior directora de Conahcyt, quien trató de conciliar el patrimonio biocultural ancestral con el progreso científico. ¿Inteligencia artificial con prohibición de maíz transgénico?

México no es un país homogéneo. Surge la necesidad de un enfoque dual, que combine ciencia de vanguardia con respeto a sistemas de vida tradicionales que han sido el alma de la nación durante siglos.

Por un lado, necesitamos incursionar en la manufactura avanzada de semiconductores, inteligencia artificial e industria de drones. Ello requiere de polos tecnológicos, universidades de investigación y colaboración con el sector privado. La cercanía con Estados Unidos y el nearshoring nos brindan cierta ventaja competitiva.

Por otro lado, 70 por ciento del territorio nacional está regido por sistemas de propiedad social, ya sea ejidal o comunal. Esas regiones, lejos de ser rezagos del pasado, suelen ser ejemplos de sostenibilidad y modelos que desafían la lógica extractivista. Un caso emblemático, que recién visité, es la Sierra Juárez de Oaxaca, donde las comunidades gestionan colectivamente miles de hectáreas de bosque desde hace siglos, combinando conocimientos ancestrales con apertura a la modernización (ecoturismo, embotelladora de agua).

Esas comunidades representan un modelo de desarrollo que no se mide por el PIB o por los indicadores tecnocráticos típicos (lugar del país en la prueba PISA), sino por otras variables: conservación de bosques, nivel de felicidad, etcétera. Conocí a un niño zapoteco que tenía la lucidez de apreciar su inmenso patrimonio natural, en tanto hijo de comuneros, sin aspirar a hacer estudios superiores en Oaxaca o Ciudad de México. Éstos lo convertirían en un urbano. Romperían su vínculo con el territorio. El sueño a la inversa de Benito Juárez, quien viajó a los 12 años a la ciudad y nunca más regresó. Quien, de hecho, renunció a su identidad zapoteca.

El reto, entonces, está en comparar lo comparable en términos de escala y cultura. A Singapur con Ciudad de México, no con todo México. A México con Brasil o India antes que con Alemania. En otros términos, se trata de pensar en un modelo dual de ciencia y tecnología. Si el Plan México satisfizo a los empresarios, tanto mejor; a su vez, los conocimientos tradicionales pueden seguir informando las políticas públicas nacionales en áreas como conservación de biodiversidad, agricultura regenerativa y manejo forestal.

Este modelo dual permitiría a México liderar un paradigma de desarrollo único en el mundo, donde la modernización tecnológica no esté reñida con la protección del patrimonio biocultural. No hay que elegir entre drones o bosques, entre semiconductores o maíz nativo. El éxito del proyecto de Claudia Sheinbaum no radicará sólo en competir en las grandes ligas de la ciencia y la tecnología, sino en hacerlo sin perder de vista lo que hace único a México: su cultura ancestral. ¡Suerte, Dra. Rosaura Ruíz!