LAS CLAVES

Recordar a Chaplin

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

La memoria, lugar donde las cosas suceden otra vez: los hechos se presentan encubiertos de circunstancias que el tiempo le suma a su antojo. Yo tengo para mí que Charles Chaplin (Londres, 16 de abril, 1889 – Suiza, 25 de abril, 1977) se multiplica en mi vida a cada instante. De niño, lo vi por primera vez en la pequeña sala de cine de la biblioteca de mi escuela primaria en Guantánamo: recuerdo que no entendí muy bien las razones de las risotadas de mis compañeros de clase. Veíamos Luces de la ciudad (1931): las secuencias finales me siguen provocando el llanto desde entonces. Todo el mundo reía, yo salí antes de que prendieran las luces: me encerré en el baño a secarme las lágrimas.

Cada vez que veo a Charlot: el llanto se mezcla con una sonrisa de atribulada conmiseración. Personaje ingenuo y torpe, pordiosero con los gestos y la prudencia de un lord, el vagabundo creado por Sir Charles Spencer Chaplin aparece en Vida de Perro (1918), The Kid (1925), La quimera del oro (1925), El circo (1928), Luces de la ciudad (1931) y Tiempos modernos (1936): para mí, las películas más tristes del mundo.

Vuelvo a lloriquear en las escenas de La quimera del oro cuando Georgia (la muchacha con quien Charlot ha bailado la noche anterior en el cabaret) descubre una foto suya debajo de la almohada del catre del errabundo buscador de oro y las amigas se burlan, o la cena de fin de año que éste prepara con esmero para ella y sus amigas y nunca llegan (cómo olvidar el sueño de la danza de los panecitos). “En no ser amado sólo hay mala suerte. En no amar hay desgracia”, dice Albert Camus. Charlot es la imagen más certera de nosotros: nadie como él supo reivindicar la desventura del amor y las falsas ilusiones que se esconden en la espesa selva de su itinerario.

Una tarde de diciembre, 1981, La Habana, Geraldine Chaplin en una entrevista que le hice, me dijo: “Mi papá amó a la gente; un hombre triste que por las tardes cantaba canciones francesas, por las noches escuchaba a Maria Callas y amanecía escuchando a Frank Sinatra. Mi padre, un hombre multiplicado en sus gestualidades. Son muchos los padres que tuve en uno solo. Mi madre Oona fue el amor de su vida, la amó como nunca he visto amar a un hombre. Estaba realmente enamorado de mi madre, quien lo llevaba al lago en los últimos meses de su enfermedad. Me emociona saber que lo quieran tanto aquí en Cuba. Me reconocen en las calles como ‘la hija de Chaplin’. Estoy de acuerdo: Charlot es el personaje más triste de la historia del cine”.

He visto Monsieur Verdoux (1947), Candilejas (1952), Un Rey en Nueva York (1957), La condesa de Hong Kong (1967) … Pero, sigo llorando escoltado por una sonrisa inocente y desconsolada con Charlot. Sigo interminablemente repitiendo las secuencias del niño que rompe los vidrios de las ventanas de las casas del barrio donde vive para que contraten a Charlot, el vidriero (The Kid). Me da compasión la soledad de Charlot perseguido y enamorado de la hermosa Merna de El Circo. Dicen que murió dormido en la Navidad del año 1977, en Corsier-sur-Vevey, Suiza, bajo la brisa mansa y fría del lago cercano a su residencia. Lo veo en el sueño ejecutando otra vez la danza de los panecitos de La quimera del oro.

Luces de la Ciudad
Luces de la Ciudad ı Foto: Especial

Luces de la Ciudad

  • DIRECTOR: Charles Chaplin 
  • GÉNERO: Comedia  
  • Estados Unidos, 1931