TEATRO DE SOMBRAS

Arrepentimientos

Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Miramos para atrás y recordamos lo que hicimos y lo que dejamos de hacer. No traemos todo a la memoria, eso sería imposible. Lo que rememoramos son unos cuantos episodios que, de manera consciente o inconsciente, hemos seleccionado como los más importantes.

¿Por qué ésos y no otros? No deberíamos dejar de plantearnos esa pregunta, porque, a veces, quedamos obsesionados con algunos sucesos que no resultaron tan importantes con el paso de los años o que simplemente han dejado de serlo. De niño sufrí porque perdí una navaja, pero ahora, ya en la vejez, ese suceso ha dejado de tener el mismo peso que tuvo en aquel entonces. Si ahora lo traigo a la mente, quizá todavía encuentre un dolorcillo residual, pero ya no tiene el mismo peso que cuando fui niño; ahora son otras cosas, mucho más graves, las que aparecen y reaparecen en mi memoria y que me hacen sentir mal en serio. Algunas de ellas son desgracias, acontecimientos en los que yo no tuve nada que ver sino sólo padecerlos, pero otros, los que me dan vueltas en la cabeza con mayor intensidad, son arrepentimientos por cosas que hice o dejé de hacer.

Todos sufrimos por el arrepentimiento; sin embargo, cabe hacer una distinción entre dos tipos de esa emoción tan especial. Uno es el arrepentimiento por lo que hicimos mal y otro es el arrepentimiento por lo que no hicimos bien. Dicho de otra manera, uno es el arrepentimiento por comisión y otro por omisión.

El arrepentimiento por el mal que cometimos no se puede borrar con facilidad y, yo diría, es más, que no debe borrarse del todo. Hay que preservarlo en la memoria, junto con el dolor que nos causa por haberlo cometido, para que estemos en guardia para no volver a realizar un acto semejante. Incluso cuando hemos recibido un perdón legítimo, el arrepentimiento por nuestros actos malos debe guardarse en nuestra alma como advertencia e incluso como penitencia.

Distinto es el caso del arrepentimiento por omisión. ¿No le parece a usted, amable lector, que hay veces en las que es correcto que dejemos de arrepentirnos de lo que no hicimos bien? ¡Cuántas veces nos amargamos el día pensando en lo que pudimos haber hecho y no hicimos por cualquier motivo! En esas ocasiones nos ganó la timidez, la vergüenza, el miedo, la cobardía, el egoísmo, la vanidad, el orgullo, la codicia, el resentimiento, la pereza y un largo etcétera. En algunos casos, la omisión perjudicó a alguien más, pero, en otros, el único perjudicado fue uno mismo. Es en ese segundo tipo de casos que conviene que uno suelte el arrepentimiento para no seguir castigándose inútilmente. Lo que no se hizo en su momento ya no puede remediarse. No está de más recordar, después de todo, que uno sólo hace lo que puede.

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