Más que sorpresa causó alarma y preocupación en el mundo lo visto en el primer día de gobierno del presidente Trump. No fue sorpresa porque ya conocíamos la acentuada narrativa conservadora, nacionalista y populista que en términos económicos y sociales conllevará seguramente a cambios fundamentales a nivel mundial.
Lo relevante, además del carácter mesiánico del presidente, fue la rapidez y agresividad plasmadas en sus órdenes ejecutivas que, bajo un halo “libertario”, tienden —en medio de tremendas contradicciones— a cambiar el régimen en materia económica fortaleciendo y empoderando sectores empresariales clave a partir de tres grandes líneas de política pública.
En primer lugar, hay una clara intención por implementar mayor desregulación económica principalmente en la industria energética. Para ello, anuncia que Estados Unidos se separa del acuerdo de París y declara la Emergencia Energética Nacional, medidas que le permiten producir y consumir más energía fósil minimizando la crisis climática. Asimismo, permite la explotación de Alaska y sus recursos naturales, especialmente los energéticos. Además, toma medidas para combatir el costo de la vida de las familias de bajos ingresos reduciendo la regulación de diversas industrias que, según él, disminuirán los costos de los alimentos y otras mercancías.
Golpe a La Unión Tepito
El segundo bloque de medidas se refiere a la reducción del gasto público. Para ello crea el Departamento de Eficiencia Gubernamental, dirigido por uno de los hombres más ricos de mundo quién aprobará o no cualquier decisión regulatoria o de gasto. En adición, busca la reducción significativa del tamaño de la administración pública a través de “mayor eficiencia” y disminuyendo las plazas del personal que se jubile y perfilando un fuerte gasto en la nómina gubernamental. Otra medida es reevaluar la ayuda al exterior de los Estados Unidos, tendiente a disminuirla. Si bien no es claro en cuánto logrará disminuir y/o contener el gasto público, la estrategia pretende ajustar las necesidades presupuestarias del gobierno.
El tercer paquete de medidas incluye la salida de Estados Unidos del acuerdo de la OECD para armonizar el impuesto sobre empresas que establece un impuesto mínimo sobre el 15%. Según Trump, ese acuerdo no tiene vigencia en su país pues se comprometió a reducir el impuesto a las empresas hasta 15% —que puede ser más bajo por las deducciones—, con ello, Estados Unidos se reserva el derecho de aplicar represalias a los países que graven “excesivamente” a las empresas estadounidenses. La medida anula las posibilidades de un acuerdo fiscal más justo y transparente a nivel global que favorece a las grandes empresas multinacionales de Estados Unidos.
Finalmente, otra estrategia o amenaza que, si bien no ha quedado plasmada en las órdenes ejecutivas, se refiere a la imposición de aranceles de 25% a México y Canadá, 60% a China y entre el 10 y 20% a Europa. Medida totalmente contradictoria con el espíritu “libertario” plasmado en las medidas anteriores. Por fortuna, para el caso de México, muy posiblemente no lleguen a concretarse, al menos no totalmente; los daños mutuos que se generarían son de dimensiones considerables. Más bien se trata de un acicate para presionar a México en otras áreas de interés como seguridad y migración.
Si bien muchas de las decisiones de Trump tendrán una fuerte oposición, incluso al interior de Estados Unidos, el nuevo paradigma aparece negativo, favorece los grandes intereses bajo un halo expansionista y retrógrada destruyendo los logros hasta ahora alcanzados en términos de libertad económica con equidad entre países, ello sin considerar los daños importantes en lo social.