Llegó el día: Donald Trump asumió su segundo mandato al frente de la nación más poderosa del mundo y, vaya, de qué forma.
Como se adelantaba desde que ganó la elección, era de esperarse que este segundo periodo en la presidencia fuera mucho más radical en todos los sentidos, por varios motivos: porque no tiene nada que perder, al no tener que buscar ya la reelección; porque cuenta con la mayoría legislativa en ambas cámaras; y porque cuenta ya con la experiencia política que dejan cuatro años iniciales como presidente. Y durante sus primeras horas de este segundo periodo, no hizo otra cosa más que confirmar estos pronósticos.
En su discurso de apertura se dedicó a enarbolar la que será su política por los siguientes cuatro años, equiparable a la Doctrina Monroe de América para los (norte)americanos —como si de inicios del siglo XIX se tratara—, con la que propone recuperar el control del Canal de Panamá, cambiarle el nombre al Golfo de México y anexar territorio canadiense a propósito de absolutamente nada, aunado a la extracción intensiva de combustibles fósiles, mientras que la sostenibilidad ambiental y la agenda de género pueden olvidarse por un buen rato.
Para nuestro país, el impacto fue inmediato y el terremoto tomó ya la forma de aranceles del 25% —tan pronto como el 1 de febrero próximo— y de acciones ejecutivas firmadas al instante, con las que cataloga a los cárteles de la droga como organizaciones terroristas —lo que le abriría la puerta para enfrentarlos por medio de acciones y operaciones militares— y se establecen severas medidas en contra de la migración ilegal —con el inicio de redadas y el retorno del programa Quédate en México—.
Por otro lado, quedó en evidencia que se tratará de una gestión respaldada por el poder económico a gran escala, en todos los ámbitos y esferas. No es cosa menor que en la ceremonia de investidura hayan estado presentes Mark Zuckerberg (Meta), Jeff Bezos (Amazon), Sundar Pichai (Google), Shou Zi Chew (TikTok) y, por supuesto, Elon Musk (Tesla, X, SpaceX) —a estas alturas, tan o cuan impresentable que el propio Trump—, quien, además, formará parte del gabinete y quien consideró estar en el foro adecuado para hacer un saludo nazi en repetidas ocasiones, en medio de su discurso de festejo.
Para muchos pudo parecernos suficientemente alarmante —y hasta indignante— la retahíla de anuncios y políticas a implementar del resurgido presidente norteamericano. Sin embargo, lo que tal vez no hemos reflexionado suficientemente es que, en realidad, esa forma de ver a su país con el mundo entero a su merced, la comparte la mayoría de estadounidenses, que fueron quienes lo llevaron a la presidencia por un amplio margen y con una victoria que, en buena medida, no se esperaba tan contundente.
Larga noche para nuestro país y para el mundo entero, en lo que parece ser el inicio de un aciago periodo de enorme tensión diplomática y de gobiernos reactivos a los caprichos de una sola persona —que no es cualquiera—. Ante ello, pronto habremos de dilucidar cuáles son los liderazgos verdaderos y de qué están hechos.