El cine de Sean Baker se ha caracterizado por retratar personajes que viven al margen del sueño americano. Trabajadoras sexuales, actrices y actores porno, familias de la clase trabajadora, que sueñan con una vida mejor, aunque en el fondo saben que salir de la clase social a la que pertenecen es imposible (Starlet, Tangerine, The Florida Project, Red Rocket). Baker incorpora el trabajo sexual como una forma de enfatizar la dignidad de todas las personas, aun de aquellas que sólo son vistas como objetos para la satisfacción de sus clientes. Anora es su más reciente trabajo y posiblemente su consagración como director. La película ganó la Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes.
En esta película, Baker muestra a mujeres muy jóvenes que se ganan la vida bailando en un club y prostituyéndose para poder pagar su renta. Anora, quien se hace llamar Ani, parece hacer su trabajo libremente, aunque no sabemos qué la ha llevado ahí a sus 23 años, pero no la vemos sentirse indigna, nadie parece explotarla y no tiene una hija que mantener, como muchas otras historias estereotipadas de prostitución. Baker no enjuicia, retrata, cuenta una historia con empatía y cuidado. Con el humor negro que lo distingue nos hace reír y nos mete lentamente a la historia, que parece una comedia de enredos pero conforme avanza se vuelve densa y dramática.
Ani aspira a salir del lugar en el que vive y se deja llevar por esa ilusión. Utiliza su cuerpo y su belleza, que es lo único que tiene para ofrecer, a cambio de unas migajas de riqueza.
Dura herencia de AMLO en seguridad
Rompiendo con los estereotipos una vez más, Baker crea un personaje que sería el malo de todas las películas, Igor, y lo convierte en un hombre sensible, empático, capaz de cuidar a otro, “aunque” se trate de una trabajadora sexual.
La dirección de Baker es hermosa, vertiginosa, el guion lleno de subtextos, lejos de los discursos y sermones, inteligente y sutil, e incluso una exaltación del feminismo y al mismo tiempo un cuestionamiento del mismo: la solidaridad entre mujeres no está por encima ni de la clase social ni de la envidia.
Se ha descrito a Anora como una Cenicienta posmoderna, que podría estar emparentada con la película Pretty Woman (Marshall, 1990), pero aunque hay alguna semejanza, es todo lo contrario. Acá no hay amor verdadero, ni finales felices, sólo utilitarismo. La antítesis de las comedias que Hollywood adora.
La Cenicienta ha sido retratada en el cine y en las telenovelas. La joven pobre pero de gran belleza que logra salir de su clase social para acceder a la riqueza de un príncipe que la ama. En este caso, Sean Baker, guionista, director y editor de la película, deja muy claro lo inalcanzable de la movilidad social para mujeres como Anora, cuyo único capital de trabajo es el cuerpo.
El retrato de los júniors, los hijos de los multimillonarios, es estupendo: Vanya, un joven patético, con la edad mental a ratos de un niño de seis años, a ratos de un adolescente, que compra unos días de la vida de Anora con el dinero de sus padres.
También el retrato de los clientes del table dance, hombres patéticos que buscan “relajarse” porque han tenido mucho trabajo y que compran bailes eróticos como una forma triste de su propia sexualidad. Hombres que no piensan ni les importa lo que habrá llevado a una jovencita a elegir el trabajo sexual. “Te pareces a mi hija”, le dice uno de los clientes a una compañera de Anora…
El de Baker es un cine de guerrillas, sin ningún set y con locaciones reales a las que llegan sin avisar y sin pedir permiso. Esta forma de hacer cine le otorga una autenticidad mayúscula. El retrato de una zona abandonada de Coney Island, como uno de los escenarios de la historia, es un ejemplo de la mirada de Baker. El grupo de actores es estupendo. Mikey Madison crece junto con la película y su interpretación de Ani es conmovedora. El final, como la realidad, es demoledor.
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