¿Qué importa que Trump quiera renombrar al Golfo de México como Golfo de América? Algunos dirán que nada. Las palabras van y vienen, no tienen un efecto en la realidad. ¡Que Trump diga lo que quiera! Nada de eso nos afecta de manera concreta. Es más, habría que tomarlo con humor, como hizo la Presidenta Sheinbaum en una de sus mañaneras, en la que mostró un mapa antiguo en el que aparecía el nombre de América Mexicana o como Hillary Clinton durante la ceremonia de inauguración de Trump, en la que no pudo evitar soltar una carcajada cuando el presidente volvió a insistir en el tema.
Me parece que no debemos tomar a la ligera el asunto del nombre de esa región del planeta. Así como el dominio territorial ha tomado una relevancia que se suponía perdida —consideremos la apuesta de Trump por la ocupación de Groenlandia— el dominio marítimo también ha adquirido una importancia que no puede soslayarse —pensemos en las tensiones navales que hay en lo que algunos llaman el Mar de China Meridional y otros preferirían que tuviera otro nombre, precisamente para restarle legitimidad al reclamo de la potencia asiática de dominar esa enorme extensión marítima que abarca las costas de Filipinas, Vietnam, Malasia, Indonesia y Taiwán—. No es coincidencia, por lo mismo, que la propuesta de Trump de cambiarle el nombre al Golfo de México se haga al mismo tiempo de su reclamo del control estadounidense del Canal de Panamá. Se trata de lo mismo: de una redefinición de las fronteras marítimas de los Estados Unidos en vista a su seguridad nacional en el siglo XXI.
Por más que el Golfo de México lleve ese nombre desde hace siglos, México nunca ha tenido un control naval de ese mar, ni siquiera de su zona costera. Durante el virreinato los piratas asolaron sus costas. Luego, ya cuando México fue independiente, tampoco tuvo un dominio de la región. Basta con recordar la facilidad humillante con la que las potencias extranjeras ejercían bloqueos a los puertos mexicanos del Golfo, como sucedió durante la guerra con los Estados Unidos en 1847, la intervención francesa en 1862 y la ocupación estadounidense de Veracruz en 1914.
Queriendo politizar la marcha
Detrás del cambio de nombre del Golfo de México está la pretensión de Trump de que ese mar sea controlado por los Estados Unidos como un colchón de protección de sus costas ante alguna amenaza extranjera, pero, de seguro, también para apropiarse y explotar todas las riquezas naturales que hay dentro sus aguas y en su lecho marítimo.
No me extrañaría que el siguiente paso de la estrategia de Trump sea reclamar Baja California. Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos quiso instalar en las bahías bajacalifornianas bases navales para proteger su costa de posibles incursiones de submarinos japoneses. La lógica sería la misma que está detrás del asunto del Golfo de México y del Canal de Panamá.
Estados Unidos, China y Rusia están moviendo sus piezas en el tablero de ajedrez del planeta. Como si colocaran peones en las casillas vacías, las potencias se están preparando para lo que parece ser una contienda mundial inevitable. Lo que estamos viendo son los preparativos territoriales de la tercera guerra mundial. Por lo mismo, tampoco debe extrañarnos que Estados Unidos haya declarado a los cárteles mexicanos como grupos terroristas y, por lo mismo, se haya arrogado el derecho de intervenir militarmente en nuestro país. En el caso de un conflicto global, Estados Unidos debe ser capaz de cerrar sus fronteras y de tener una capacidad de respuesta inmediata ante cualquier amenaza que surja en la cercanía de su territorio.
México ya vivió algo parecido durante la Segunda Guerra Mundial. A decir verdad, no nos fue tan mal en aquella ocasión. El país formó parte de la alianza militar en contra del fascismo, pero fue capaz de resguardar su soberanía de una manera que no deja de resultar admirable. Mucho se lo debemos a la gallardía y al buen juicio del presidente Manuel Ávila Camacho, que demostró ser uno de los grandes estadistas de la historia de México. La Presidenta Sheinbaum haría bien en tomarlo como un modelo a seguir.