En su discurso inaugural, el pasado 20 de enero, Donald Trump rindió homenaje al presidente William McKinley, quien gobernó Estados Unidos entre 1897 y 1901. El republicano de Ohio había ganado la reelección en 1900, pero un año después, mientras asistía a la Exposición Panamericana de Búfalo, fue asesinado por el anarquista de ascendencia polaca, León Czolgosz.
En su gobierno, McKinley sentó las bases del nuevo expansionismo de Estados Unidos en el Caribe y el Pacífico y de la llamada política del big stick o gran garrote, que continuaría su sucesor Teddy Roosevelt, entre 1901 y 1909. Durante la presidencia de McKinley se produjeron las primeras intervenciones militares en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, los últimos dominios de España en América, se ocuparon las islas Guam y se impulsó el proyecto del canal interoceánico de Panamá.
También en aquellos años de McKinley se verificó la anexión de Hawái a Estados Unidos. La experiencia histórica de esas islas del Pacífico corrió en el paralelo a las del Caribe, en la primera mitad del siglo XX, describiendo modalidades distintas de soberanía dependiente. Cuba fue una república semisoberana de 1902 a 1934, cuando fue derogada la Enmienda Platt, que concedía a Estados Unidos derecho a intervenir en la isla. Puerto Rico fue parte de Estados Unidos, sin completarse la anexión como en Hawái en 1959, el mismo año de la Revolución cubana. Unos años antes, siendo gobernador Luis Muñoz Marín, se adoptó la Constitución del Estado Libre Asociado.
Queriendo politizar la marcha
En la cultura nacionalista puertorriqueña son muy comunes las contraposiciones con Cuba, favorables a esta isla vecina. Desde los tiempos del Partido Auténtico, que gobernó entre 1944 y 1952, hubo solidaridad oficial con la lucha de Pedro Albizu Campos y el independentismo puertorriqueño. Después de 1959, el paralelo insistiría en los destinos divergentes de las dos islas: una independiente y la otra no.
Sin embargo, para una poderosa corriente del nacionalismo puertorriqueño, hasta hace pocos años mayoritaria, el estatus de Estado libre asociado era preferible al de un protectorado o un territorio anexado a Estados Unidos como Hawái. Durante toda la Guerra Fría y, todavía, en los años 90 y 2000, los plebiscitos sobre la soberanía de Puerto Rico eran favorables a la libre asociación. Sólo a partir de 2012, la opción de la estadidad comenzó a desplazar al autonomismo en respaldo popular.
En el más reciente álbum de Bad Bunny, Debí tirar más fotos, el tema “Lo que le pasó a Hawaii” vuelve sobre ese paralelo. Lo interesante aquí es que el nacionalismo parece desplazarse, del viejo dilema entre la independencia y la colonia, a una pérdida de soberanía ligada a fenómenos como el extractivismo turístico, la gentrificación acelerada y la emigración masiva.
El texto de la canción parece aludir en un momento a los escándalos de corrupción en la clase política de la isla, que provocaron las protestas populares de 2019 y la renuncia del gobernador Ricardo Roselló. La corrupción se habría sumado a la gentrificación como causa del éxodo: “se oye al jíbaro llorando, otro más que se marchó/ no quería irse pa’ Orlando, pero el corrupto lo echó”.
El coro lo deja claro cuando repite: “quieren quitarme el río y también la playa/ quieren el barrio mío y que abuelita se vaya/ no, no sueltes la bandera ni olvides el lelolai/ que no quiero que hagan contigo lo que le pasó a Hawaii”. El texto alude a una desnacionalización crónica, disparada por el extractivismo, y llama tanto a la población residente como a la emigrada a no abandonar sus símbolos.
Lo que describe Bad Bunny es aplicable a múltiples ciudades del Caribe y a no pocos enclaves turísticos del mundo. En el caso de las islas del Caribe, que sufren una explotación turística indiscriminada junto con diásporas permanentes de sus ciudadanos, como sucede en Cuba, la desnacionalización podría llegar a niveles irreversibles en el siglo XXI.