Seres humanos de distintas edades y ambos sexos, entre los que llamaban la atención bebés de brazos o niños muy pequeños, constituían los grupos de migrantes que tuve la oportunidad de conocer en el 2018, 2019 y 2020.
Mis contactos con ellos se dieron en distintos puntos del país, en los que los gobiernos municipales, estatales y el federal, intentaban brindarles condiciones mínimas de bienestar. Lo que tengo grabado en la mente y en el corazón, es el profundo anhelo de esos jóvenes y adultos por vivir mejor.
El camino que recorrían estaba plagado de peligros, que eran aún más promisorios que la realidad caracterizada por la violencia y la pobreza de la que intentaban escapar. Con el patrimonio en una mochila, anhelaban un presente y futuro mejor, mientras extrañaban a aquellos seres queridos que no habían podido emprender el viaje o que los esperaban en el sitio de destino.
Ni tan espontáneo
Las últimas declaraciones de las autoridades estadounidenses y una serie de acciones han provocado miedo entre la población migrante residente en Estados Unidos. Mismos impulsos han generado incertidumbre e inseguridad entre aquellos que protagonizaban el viaje hacia el norte.
La desactivación de la aplicación CBP One, instituida durante la administración Biden para que los migrantes gestionaran sus trámites migratorios, provocó enorme incertidumbre entre ellos. La declaración de emergencia nacional, el despliegue de fuerzas militares y la derogación de la ley que protegía a los migrantes de ser capturados en ciertos inmuebles han provocado una crisis entre la población indocumentada y sus familias.
México, como la antesala de Estados Unidos, sitio obligado de paso para los migrantes que buscan aquel país, enfrenta un reto sumamente complejo, al intentar atender con espíritu puramente humanitario a todos aquellos migrantes dispersos en el territorio, ya sea que se encuentren en tránsito o hayan sido deportados. Para ello, ha comenzado la instalación de al menos nueve sitios para brindarles atención. De la misma forma en que el Gobierno de México, en coordinación con otros actores, intenta prepararse entre la posible deportación masiva de paisanos, otros países de centro y sudamericanos intentan alistarse también.
Sin embargo, los propios migrantes han optado por instalarse — de forma improvisada— en una serie de espacios públicos en distintos puntos del territorio nacional, mientras definen su estrategia a seguir.
Desafortunadamente, es el dolor el elemento presente en todas estas historias. El sufrimiento que cada uno de estos migrantes experimenta, debe provocar la reflexión de aquellos actores que con sus decisiones pueden cambiar su realidad. Aquel que ha dejado su tierra obligado por la pobreza y la violencia, al igual que aquel que se encuentra en Estados Unidos intentando construir una historia de bienestar y prosperidad hoy amenazada por las políticas públicas del nuevo gobierno, encarna historias de dolor, que no deberían ocurrir.