El del lunes pasado no fue un aniversario más. Se cumplieron ocho décadas de la liberación del mayor campo de concentración y exterminio de personas durante la Segunda Guerra Mundial.
El 27 de enero de 1945 fueron liberados los presos de Auschwitz, el más infame de los complejos en los que el régimen nazi confinó y asesinó principal, aunque no exclusivamente, a la población judía.
Como se sabe, en ese intento por parar los horrores perpetrados por Hitler, en la unión de esfuerzos liderados principalmente por Estados Unidos, Reino Unido y Rusia, fueron las tropas soviéticas a las que les correspondió liberar a los sobrevivientes de ese infame centro de exterminio, asentado en territorio de Polonia, una de las naciones que más tempranamente y con mayor crueldad sufrieron de las atrocidades del nazismo.
El ambicioso proyecto de Clara Brugada
Auschwitz-Birkenau ha quedado como símbolo de lo que jamás debería de ocurrir. El Holocausto o exterminio judío —además de otros grupos, como gitanos, homosexuales o discapacitados— ha sido catalogado como la barbarie que, por la masividad y magnitud en su crueldad, es considerada la mayor tragedia experimentada por la humanidad durante el siglo XX.
A lo largo de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la Alemania de Hitler asesinó sistemáticamente a unos seis millones de judíos. Tardíamente, pero con enorme justicia, gracias a la resolución 60/7 de Naciones Unidas, desde 2005, el 27 de enero es el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto.
La ceremonia del lunes fue de un enorme valor significativo. Desde luego, empezando por los testimonios de un grupo cada vez más reducido de sobrevivientes —como se ha señalado reiteradamente, tal vez ésta sea la última celebración de década en la que se cuente su voz y su presencia—. Dada la impronta del evento, se dieron cita una veintena de jefes de Estado y de Gobierno de las naciones que tienen un mayor compromiso con la memoria histórica y los derechos humanos.
La coyuntura actual, tras ocho décadas de aquel histórico acontecimiento, arroja importantes lecciones que merecen atención. El antisemitismo, el ascenso de opciones políticas de derecha radical en algunas regiones de Europa y, específicamente, en Alemania, no deja de ser alarmante. En un aspecto que no se ha resaltado lo suficiente, a la conmemoración del lunes asistieron, por primera vez, ambos líderes políticos del país: el canciller, Olaf Scholz, y el presidente federal, Frank-Walter Steinmeier. Esto no es gratuito, si se piensa en el segundo lugar en el que las encuestas de intención de voto colocan al partido ultraderechista y de inspiración nazi AfD (Alternativa por Alemania), de cara a las elecciones del 23 de febrero, de las que emanará una nueva composición del Bundestag, la cámara baja del parlamento federal. Muy preocupantes las palabras de Elon Musk en el sentido de relativizar la culpa histórica por el Holocausto. Tampoco debe pasarse por alto la ausencia del liderazgo ruso. Los que en su momento fueron héroes del rescate de Auschwitz, hoy son repudiados por la absurda invasión de Ucrania.
Por supuesto, el ascenso de la ultraderecha es alarmante, pero eso no significa que el populismo demagógico de izquierda sea la solución. Como si no se hubiera aprendido nada de aquella lección tan dolorosa, los destructores de la democracia y la paz global siguen estando, lamentablemente, muy presentes en esta época.
Finalmente, agradezco a La Razón por permitirme compartir con los lectores este espacio de Entre Colegas a lo largo de 12 años.