ACORDES INTERNACIONALES

Un mundo raro

Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Desde hace meses, tengo la sensación de vivir en un mundo que no reconozco. No es que la geografía haya cambiado —aunque el impacto del cambio climático sea innegable— ni que las instituciones se hayan transformado drásticamente.

Sin embargo, los códigos morales que solían sostenerlas han dejado de ser válidos. Como si fuera poco, las diferencias de opinión se han convertido en motivo de enfrentamiento constante; no me sorprendería que los duelos a muerte de la Edad Media volvieran a permitirse.

Aún más desconcertante resulta el resurgimiento del conservadurismo entre los jóvenes. En un giro inesperado, las nuevas generaciones parecen inclinarse hacia formas de vida tradicionales y respaldan a partidos de ultraderecha que —aunque quizás no lo adviertan— amenazan sus propios derechos y libertades. En el siglo pasado, la juventud era sinónimo de rebeldía: revolucionarios, socialistas, hippies. Hoy, no.

La presidencia de Donald Trump ha exacerbado esta situación. La reciente cancelación del programa DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión) en el Gobierno de Estados Unidos pretende corregir los excesos de la ideología woke, pero al hacerlo deja sin resolver problemas históricos.

El programa DEI nació como una estrategia para equilibrar el acceso a oportunidades laborales y educativas en una sociedad marcada por siglos de esclavitud y racismo estructural. A través de políticas de acción afirmativa, buscaba garantizar la representación y participación de grupos históricamente marginados. Su propósito era loable: lograr que, en el concierto democrático, todas las voces tuvieran un lugar.

DEI se sustentaba en principios de respeto a los derechos humanos, dignidad e inclusión. No obstante, sus excesos no tardaron en surgir. En lugar de fomentar espacios plurales, en algunos casos se silenciaron opiniones disidentes con la visión woke. Además, cuando se vulneraban los derechos de personas consideradas “privilegiadas”, se optaba por la indiferencia.

Así, en ciertos ámbitos, DEI dejó de ser un espacio de inclusión y se convirtió en un mecanismo de exclusión invertida, generando descontento y una sensación de traición.

Aprovechando estos errores, el Gobierno de Trump decidió eliminar el programa, asegurando con ello que las élites tradicionales conserven intacto su poder. Paradójicamente, esta medida ha sido bien recibida por muchos jóvenes que, como mencioné al inicio, han abrazado un renovado conservadurismo social.

¿Cuál es la solución? Evitar los extremos. Las oficinas de diversidad, equidad e inclusión deben garantizar la participación de todas las voces, valorar el mérito y defender los derechos de cada ciudadano. La clave no está en la imposición de nuevas jerarquías, sino en la construcción de sociedades verdaderamente equitativas.

Nuestros tiempos se perciben como un cambio de época; pero los viejos problemas exigen soluciones novedosas.