HABLANDO DE DERECHOS

Las mujeres de Teuchitlán

Jacqueline L'Hoist Tapia
Jacqueline L'Hoist Tapia Foto: larazondemexico

En estos días hemos presenciado nuevamente el horror y la cruda realidad de la violencia por el crimen organizado en México, esta vez en Jalisco.

Tras los hallazgos del campo de reclutamiento forzado y exterminio, y la difusión de las terroríficas imágenes que no dejan de recordarnos a lo que fue el Holocausto en su momento, llama la atención que entre los indicios que se han publicado por la organización Por Amor a Ellxs se encuentran más de 1,300 prendas de ropa, entre ellas, prendas de mujeres.

Regularmente, se puede pensar que el reclutamiento forzado por parte del CO consiste principalmente en hombres; sin embargo, existe una cifra importante de mujeres capturadas por grupos criminales a la cual se debe prestar atención. En este sentido, es importante reflexionar sobre la relación entre el machismo y el contexto de violencia por el narcotráfico que se vive en nuestro país.

En primer lugar, es una realidad que la deshumanización y la cosificación son dos componentes que caracterizan a los grupos criminales, liderados principalmente por hombres que reproducen y contribuyen a la sexualización de las mujeres, viéndolas como objetos de uso y explotación. Esta deshumanización refuerza estereotipos de género que las ven sólo como cuerpos subordinados al control masculino, algo que alimenta la cultura machista en las sociedades. Este tipo de violencia física y psicológica refuerza la idea de que las mujeres son seres inferiores o de menor valor, generando una exacerbación de las desigualdades de género.

De acuerdo con cifras del Inegi, las cifras de mujeres reclusas o en prisión preventiva por delitos relacionados con el crimen organizado aumentaron significativamente de 2017 a 2022; en 2017 eran 9,754 casos y en 2022 subieron a 11,295. Por otro lado, también es una realidad que muchas mujeres bajo el control del narcotráfico lo hacen debido a la falta de oportunidades laborales, educativas, por miedo y de desarrollo personal.

Con todo esto, la pobreza, la falta de acceso a recursos y la discriminación estructural las hacen más vulnerables a caer en redes de trata o a ser reclutadas como parte de estos grupos. Desde una perspectiva interseccional, las mujeres más afectadas suelen ser aquéllas en situación de pobreza, jóvenes, indígenas, rurales o migrantes, quienes enfrentan una triple discriminación: por su género, por su clase social o por su condición migratoria, muchas de ellas son mujeres engañadas con falsas promesas laborales.

En conclusión, el crimen organizado es una de las estructuras que también refuerza la espiral de violencia hacia las mujeres, tanto en el ámbito público como en el privado. Para abordar este problema, es importante no sólo entender las dinámicas de los grupos criminales, sino también el contexto estructural que facilita la explotación de las mujeres en diversas formas, y para eso es urgente que el Gobierno reconozca esta realidad, se haga cargo de la violencia ahí ejercida, capture a los criminales y alerte con campañas a la ciudadanía.

Defensora de derechos humanos, especialista en trato igualitario y no discriminación, docente de la UnADEM

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