CONTRAQUERENCIA

Parches y metales callaron en la México

Eduardo Nateras<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Eduardo Nateras*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Así, de un plumazo, se acabaron las corridas de toros en la Ciudad de México, porque un tema complejo se politizó, porque es más fácil prohibir lo que no se entiende y porque quienes tuvieron el alcance y poder para defenderlas, prefirieron el oportunismo económico y la vida desde una curul.

Y la culpa no fue nuestra —afición querida—, porque por décadas fuimos los más nobles y fieles, hasta el colmo de la desesperación, hasta el límite de tolerar empresarios advenedizos, políticos trepadores, autoridades complacientes y figuras torea-plazas, que no hicieron más que expulsar a la gente de los tendidos y darle entrada a la politiquería barata y el oportunismo electorero.

La decisión —sépanlo— no salvará al toro de lidia, porque el toro bravo para eso es criado y lo único que lograrán será cambiar la majestuosidad de la muerte del toro en el ruedo, al anonimato del sacrificio en el rastro. Menos aún lo harán sus “corridas sin sangre”, que es el peor absurdo y sólo evidencia la profunda ignorancia con la que redactaron esta ley.

Pero eso es lo que cuenta para este animalismo afectivo —mas no informado—, la pantomima de fingir que las cosas no existen porque no se ven. Lo mismo hicieron con los animales en los circos y aniquilaron la industria y a todos sus animales, porque ni se preocuparon en saber adónde fueron a parar después de prohibir.

Con su decisión sí se llevan las tardes de domingo con los amigos, de los que hicimos ahí en la Plaza y que se volvieron familia. Se llevan el plan de comida previo en Los Villa o en El Hueco. Se llevan a Goyo, el de las cervezas más frías, pero el del saludo más cálido. Se llevan los gritos del Profe, cuyas arengas en favor de “la fiesta más bonita” ya no fueron suficientes. Se llevan el silbido de Chiflido y su barrera de primera fila improvisada. Se llevan el aroma a puro, aunque fuera de vainilla, y el sabor de la bota, aunque trajera mirinda. Y se llevan los restos de los amigos a quienes despedimos y dejamos en el ruedo, aunque tuviéramos que hacerlo a escondidas.

Se llevan también cientos de empleos: de subalternos, monosabios, torileros, cronistas, médicos, fotógrafos, periodistas, cerveceros, vendedores, joyeros, artesanos, restauranteros, comerciantes, meseros, personal y taquilleros, que, junto con ganaderos y toreros, tarde con tarde estaban ahí, porque, además de ser su fuente de ingreso, también era su Plaza.

Sin embargo, una parte de nosotros se queda en La México, y no se irá a ningún otro lado, porque ésa es nuestra Plaza, nuestro lugar feliz, donde crecimos y hemos envejecido. Y lo que definitivamente no se llevan es nuestra afición, porque con ésa casi que nacimos, porque ésa nos define como personas y porque nos remonta al tendido con abuelos, padres y amigos que ya se adelantaron en el paseíllo. Somos y seremos taurinos siempre, aquí o donde toque.

Y ojalá su decisión les genere tanta alegría y felicidad como la que nos arrebataron a los taurinos de la Ciudad. Pero, lo dudo mucho, porque no saben ni lo que hicieron y nunca entendieron nada de una liturgia bella y artística que no es para todos, sin que ello implique que no pueda ser para nadie. ¡Que viva la Fiesta Brava!

Politólogo por el ITAM. Experiencia en consultoría

política y ámbito electoral. Analista político.

eduardonateras@hotmail.com / @eNateras

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