PESOS Y CONTRAPESOS

Ilusión crisohedónica (2/2)

Arturo Damm Arnal. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Arturo Damm Arnal. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

La ilusión crisohedónica consiste en confundir el dinero con la riqueza, ilusión que padecieron los mercantilistas del siglo XVIII, y que padecen los neomercantilistas del siglo XXI, y que los lleva a creer que el resultado correcto en la balanza comercial es el superávit (se exporta más de lo que se importa, salen del país más mercancías de las que entran, aumenta la escasez y disminuye el bienestar, lo cual es malo), y no el déficit (se importa más de lo que se exporta, entran al país más mercancías de las que salen, disminuye la escasez y aumenta el bienestar, lo cual es bueno).

El dinero no es riqueza sino el medio de intercambio de la riqueza, que consiste en los bienes y servicios con los que satisfacemos nuestras necesidades, de los cuales debemos disponer en la cantidad suficiente, en la calidad adecuada, y en la variedad correcta.

Para entenderlo imaginemos a Robinson Crusoe (el náufrago más famoso de la literatura, creado por la imaginación de Daniel Defoe), perdido en su isla, aislado del resto del mundo, con 500 mil millones de dólares. Se muere de sed y hambre. ¿Pero cómo, si tiene 500 mil millones de dólares? Sí, pero no tiene un McDonald’s (válgales el comercial), donde comprar un MacTrío para satisfacer la sed y el hambre. Traslademos a Robinson Crusoe, con todo y sus 500 mil millones de dólares, a Manhattan, y es el hombre más rico del mundo (en estos momentos lo es, según Forbes, Elon Musk, con 359 mil millones), pero no por los 500 mil millones de dólares, sino por la cantidad, calidad y variedad de los bienes y servicios que pueden comprarse, viviendo en Manhattan, y teniendo a tu disposición 500 mil millones de dólares. El dinero no es riqueza. Los bienes y servicios sí.

Aclarado lo anterior, veamos por qué, quienes padecen la ilusión crisohedónica, deben estar a favor del superávit en la balanza comercial.

Cuando exportamos, del país salen mercancías y al país entra dinero. Desde la perspectiva de la ilusión crisohedónica nos enriquecemos: tenemos más dinero. Cuando importamos, al país entran mercancías y del país sale dinero. Desde el punto de vista de la ilusión crisohedónica nos empobrecemos: tenemos menos dinero. Si el fin es enriquecernos, y para lograrlo debe entrar al país más dinero del que sale del país, el resultado deseable en la balanza comercial es el superávit, no el déficit. El problema es que con el dinero, de manera directa, no satisfacemos ninguna necesidad: para empezar no lo podemos beber o comer. Lo utilizamos, eso sí, para comprar bebida y comida.

Si el superávit es bueno, maximizarlo es mejor. ¿Qué hay que hacer para lograrlo? Exportar todo lo que se produce en el país, lo que tiene como contrapartida la mayor entrada posible de dinero al país, e importar nada, lo que tiene como contrapartida la nula salida de dinero del país. ¿Resultado? Se maximiza la tenencia de dinero en el país y, según la ilusión crisohedónica, se maximiza la riqueza del país. Sí, pero no se tendría un solo bien para la satisfacción de las necesidades.

Los mercantilistas y neomercantilistas están equivocados: la riqueza no consiste en el dinero, que es el medio de intercambio de la riqueza, sino en los bienes y servicios con los que satisfacemos necesidades. Están equivocados: el superávit no es lo correcto, el déficit sí. Pregúntenle a Adam Smith.

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