LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Adolescencia

Valeria Villa<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Aveces la televisión se aleja de ser puro entretenimiento y nos confronta con realidades aterradoras. Éste es el caso de Adolescencia, serie británica recientemente estrenada en Netflix y que ha levantado una ola global de conversaciones y preguntas sobre una población de por sí vulnerable por las transiciones biopsicosociales que enfrentan: los adolescentes.

La serie utiliza los recursos de guion, dirección y actuaciones de modo impresionante y hace que el mensaje llegue crudo y sin escapatoria: ¿Quiénes son los responsables de que un niño de 13 años haya asesinado a puñaladas a una compañera del colegio?

Lo muy interesante es que no se buscan culpables y se hace una exploración de las variables que se juegan en un acto horrible. La duda, la confusión, la perplejidad con la que nos deja el final de la serie es otro de sus aciertos. No hay respuestas simples como, por ejemplo, haber planteado que Jamie Miller, el asesino, tenía una familia horrible, o proponer que el acoso cibernético es la causa única del crimen o establecer que Jamie es un psicópata.

La masculinidad tradicional ha sido duramente criticada, pero hay pocas propuestas de modelos alternativos. Este vacío se ha llenado de neoconservadurismos que proponen un regreso al pasado, pero más radicalizado. Los más jóvenes participan en foros cargados de misoginia y agresión, y utilizan un lenguaje para comunicarse en redes que ni padres ni maestros comprenden. Tipos deleznables como Andrew Tate (https://es.wikipedia.org/wiki/Andrew_Tate) lideran discursos de odio que “empoderan” a los hombres, humillados y acusados injustamente por las mujeres. Algo de este discurso resuena en los varones, tan jóvenes que ni nos lo imaginábamos, pero el pánico moral o la prohibición de las redes no es la salida, sino el análisis de lo que está pasando.

El adolescente se pregunta dónde está en la jerarquía respecto de sus pares. Si es atractivo, si es un alfa o un beta, si es tan feo que no podrá jamás aspirar a tener sexo con ninguna chica y es clasificado como un incel, un célibe involuntario.

Jamie está convencido de que es feo, de que las chicas no le harán caso, vive la humillación en Instagram por parte de Katie, la compañera a la que asesina, que además de acosarlo, lo rechaza. En el interrogatorio con la psicóloga infantil, dice que nunca ha sido bueno para los deportes y que eso avergüenza a su padre. La especialista tiene un sesgo, una hipótesis que busca una línea de violencia transgeneracional. Hace muchas preguntas sobre el padre y el abuelo de Jamie. Lo que nosotros vemos es una familia normal, un padre de la clase trabajadora que parece cercano, que contiene a su hijo incluso en el momento más álgido de la historia. Lo que le ha pasado a esta familia de papá, mamá y hermana mayor, le podría pasar a cualquiera.

Recordé la frase de Margaret Atwood: “Los hombres tienen miedo de que las mujeres se rían de ellos y las mujeres tienen miedo de que los hombres las asesinen”.

La consecuencia del acoso y del rechazo es el asesinato. En lugar de tocar a Katie, Jamie la apuñala. Detrás de este acto, hay una visión de las relaciones que no viene de la casa ni de la escuela sino del Internet, pero sigue siendo un mandato patriarcal que los varones se muestren sexualmente potentes. El rechazo deriva en impotencia, en rabia y en violencia.

Lo único que Jamie quiere de la psicóloga es que le diga si le cae bien, si le gusta como persona. A los 13 años tiene la convicción de que no va a ser elegido por ninguna mujer. La afirmación de la potencia masculina se da de manera agresiva y asesina.

Los adultos en la serie no tienen idea de lo que es la red-pill, los incels, los emojis que se usan para acosar. Están lejos del mundo que sus hijos habitan, tal vez ellos mismos cansados por el trabajo y también absortos en sus propios teléfonos. A veces pensamos que la solución es juntar a un ejército de especialistas cuando puede ser que lo primero que se necesite sean humanos atentos a los otros. Padres, maestros, instituciones, colectivos, gobiernos, más atentos a los otros.

La serie no patologiza, Jamie no es un psicópata aunque tal vez nos tranquilizaría que hubiera un diagnóstico. Lo que vemos puede pasar en cualquier lugar. Tiene que ver también con lo que Lacan llamó El gran otro, que son los discursos de la época, de la cultura, que parasitan la mente. La psicóloga que evalúa no toma en cuenta lo social en el interrogatorio. Lo dijo Freud en Psicología de las masas y análisis del yo: “La psicología individual es al mismo tiempo una psicología social”. O Lacan: “No se puede hacer clínica a espaldas de la época”.

Adolescencia puede entenderse como un llamado a pensar en comunidad. En la necesidad de reflexionar sobre qué es hoy la masculinidad y cómo las nuevas masculinidades más sanas siguen sin ser modelos populares. El mandato masculino continúa siendo que el hombre tiene que tener sexo, sumar un número de conquistas, en una competencia con otros hombres.

El mensaje que parece gastado sobre la importancia de que los hombres hablen de lo que les pasa, cobra una relevancia dramática en esta serie. ¿Qué hubiera pasado si Jamie habla con alguien de lo que le estaba pasando y que lo desbordaba en vez de conspirar con sus amigos sobre una forma de vengarse de Katie?

Otros discursos de los que pueden echar mano los hombres tienen consecuencias sociales. Cuando un hombre llora se le sigue diciendo maricón. Si expresa sentimientos se le acusa de gay. Se reprime la debilidad porque hay un juicio que descalifica. El lenguaje en Internet es repetitivo, insistente, parasita, se aloja en el cuerpo, trabaja, consume, se devora la mente y se transmite. Los adultos no podemos renunciar a asumir el gran reto de hablar con los más jóvenes, de darles otras referencias, en los actos y con las palabras, de aportar otros puntos de vista distintos a los de sus pares y a los de las redes sociales.

Valeria VillaAdolescencia

Temas: