VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Limpieza étnica en Siria ¿Y a quién le importa?

Gabriel Morales Sod<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Gabriel Morales Sod*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

La distancia entre la ciudad de Gaza, al norte de la Franja, y Baniás, en la costa mediterránea de Siria, es de apenas 500 kilómetros, unas siete horas en auto.

La distancia entre Metula, una de las ciudades que Hezbolá obliteró en el norte de Israel, y Baniás es aún menor: 250 kilómetros, cuatro horas por carretera. Sin embargo, mientras la guerra en el norte y sur de Israel acapara titulares y ocupa las mentes de los jóvenes en Occidente, pocos se enteraron de que hace un par de semanas fuerzas vinculadas al nuevo gobierno sirio masacraron a 1,600 hombres, mujeres y niños a sangre fría, casa por casa, con armas de fuego.

Siempre me ha parecido curioso el enorme nivel de atención que la prensa y la comunidad internacional —en particular los activistas de izquierda— le dedican al conflicto israelí-palestino. Se trata, sin duda, de uno de los conflictos más largos del siglo XX y lo que va del XXI. Un conflicto lleno de injusticias y sangre que, no obstante, está lejos de ser el más violento de las últimas décadas. Es un conflicto desigual, sí, pero la visión maniquea que se ha afianzado en las universidades y entre intelectuales occidentales —que interpreta la historia como una lucha entre oprimidos y opresores— ha contribuido a convertirlo en el favorito del público y de las instituciones internacionales. El sufrimiento y la crueldad de palestinos e israelíes merecen sin duda ser uno de los temas más hablados en el mundo; sin embargo, el contraste con la casi nula atención que acaparan otros conflictos es inquietante.

Este contraste me pareció aún más nítido cuando pensé en la distancia que separa mi casa en Tel Aviv de la pistoresca Baniás. En un mundo ideal, donde la frontera no estuviera herméticamente cerrada, podría agarrar mi coche y planear sin menor problema unas vacaciones en las playas de Baniás.

El conflicto reciente comenzó cuando fuerzas vinculadas al fugitivo —y exdictador— Bashar al-Assad atacaron blancos del recién instalado gobierno sirio en la provincia de Latakia, hogar de la minoría alauita, una rama cercana al chiismo a la que pertenece Assad y que controló Siria durante décadas. En respuesta, fuerzas cercanas al nuevo gobierno —si no el propio gobierno, aunque eso aún no está claro— no sólo ejecutaron a los rebeldes, sino también a sus familias y a cientos de civiles ajenos al conflicto. Venganza sectaria, limpieza étnica, así de simple, sin ninguna confusión moral. Y, sin embargo, las universidades no se llenan de estudiantes exigiendo explicaciones al nuevo gobierno sirio, ni se organizan campañas para boicotearlo en Occidente.

La guerra civil siria es complicadísima, llena de matices, y entiendo por qué sea difícil comprender lo que pasó, tomar partido, salir en defensa de las víctimas. El conflicto israelí-palestino es complicadísimo, lleno de matices, pero curiosamente hasta quienes se abstienen de ver noticias tienen sus opiniones sobre él. Dos mundos, separados apenas por unas horas en un tren imaginario.

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