Pueblo en vilo tuvo su primera edición en El Colegio de México, en 1968. En pleno arranque de la historia académica profesional en México y América Latina, el libro asombró por la soltura de su prosa y por su enfoque localista, a pesar de que la microhistoria francesa e italiana, especialmente de Emmanuel Le Roy Ladurie, ya había comenzado a darse a conocer en los 60, con los estudios sobre los campesinos de Languedoc y luego, en los 70, con la gran radiografía de Montaillou, la aldea occitana medieval.
Sin embargo, es muy probable que la primera resonancia de un lector o lectora de Pueblo en vilo no proviniese de la microhistoria francesa o italiana sino del boom de la nueva novela latinoamericana. El primer párrafo del libro guardaba un enorme parecido con el primero de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, publicado un año antes en la editorial Sudamericana en Buenos Aires. Así empezaba Pueblo en vilo:
El general Antonio López de Santa Anna, el presidente cojo que se hacía llamar Su Alteza Serenísima, disfrutaba del espectáculo de un gran baile, cuando supo que el coronel Florencio Villarreal, al frente de una tropa de campesinos, había lanzado en el villorrio de Ayutla un plan que exigía la caída del gobierno y la formación de un Congreso Constituyente que le diera al Estado mexicano la forma republicana, representativa y popular.

Fecha para el tren
El multicitado arranque de Cien años de soledad (1967) decía así:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en la que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Desde aquel primer párrafo del libro de González se hacía evidente la voluntad de desafiar la historia nacional canónica por medio de una concentración de la mirada en lo local. Pero parecía también insinuarse la idea de que la microhistoria se enfrentaba en la escritura a límites precisos del archivo, que sólo podían franquearse por medio de la ficción. La idea de que Santa Anna se enteró de la Revolución de Ayutla en un baile tenía todos los elementos propios de una ficción histórica.
En las páginas iniciales de Pueblo en vilo se describía a una comunidad en la zona alta de Cojumatlán, que no era ajena a la trama histórica nacional, aunque la seguía desde la distancia, invisibilizada por la bruma de los pequeños sucesos locales. Las auroras boreales de 1861 y 1866 fueron más importantes allí que la llegada y el fusilamiento de Maximiliano, que las hazañas de Juárez o que los destierros del obispo Clemente de Jesús Munguía. Aquellos fenómenos naturales, como el fin de siglo en el año 1900 o el paso del cometa Halley en 1910, eran percibidos como señales del cielo que podían ser redentoras o apocalípticas.
La gran diferencia entre Macondo y San José de Gracia radicaba en el papel de la Iglesia católica. La aldea de García Márquez se había fundado sin Iglesia y sin Estado. San José de Gracia, en cambio, había nacido con su parroquia y sus campanadas.

