Una tarde de julio de 1969, en casa de Antón Arrufat en La Habana, descubrí al poeta Ramón López Velarde (Jerez, Zacatecas, 1888–Ciudad de México, 1921). Yo tenía 18 años, el tiempo se desplegaba frente a mi curiosidad: la poesía era un agasajo. Al lado de la máquina de escribir del autor de Los siete contra Tebas estaba un ejemplar de Zozobra. Lo abrí al azar: “La niña del retrato / se puso seria, y se veló su frente, / y endureció los dos ojos profundos, / como una migajita de otros mundos”. En un descuido de Antón, metí entre mis cuadernos el delgado volumen y me lo llevé.
Hace 100 años, por estos días, en diciembre de 1919, Ramón López Velarde recibe un paquete envuelto en papel estraza, con los primeros diez ejemplares de Zozobra. “El abogado consultor sale de la imprenta como si cargara un pastel con las velas encendidas o llevara en una bandeja de plata la cabeza cercenada de Tórtola Valencia. Está eufórico de felicidad y preocupación. En realidad, en sus manos de pianista lleva una bomba poderosa y destructora. Lo sabe y sonríe con su mejor sonrisa de anarquista en estado de gracia”, nos cuenta Ernesto Lumbreras.
Y se va a compartir el hojaldre de versos con las muchachas de una casa de cita en San Juan de Letrán. Detalla Lumbreras: “Cada una, entre bulla de fiesta, coge un ejemplar de Zozobra y agradece el obsequio plantándole un beso de carmín en la mejilla. Sin reclamos ni objeciones, el poeta recibe en su carne morena esos labios de tulipán y seda, para luego, con la estilográfica de firmar acuerdos en el Ministerio, estampar cariñosas dedicatorias a Marlene, Rubí, Sisi, Lola...”: las primeras lectoras de un poemario axiomático de la lírica mexicana.
Velardianas. Me dio fiebre mientras leía a Ramón López Velarde. Guardo todavía mi ejemplar que sustraje de la casa de Antón Arrufat. Veo mis subrayados juveniles y los sigo abonando: “Tus dientes, cónclave de granizos”. / “Fuera de mí la lluvia; dentro de mí, el clamor / cavernoso y creciente de un salmista”. / “Tu palidez denuncia que en tu rostro / se ha posado el incendio y ha corrido la lava...”. / “Yo estoy en la vertiente de tu rostro, esperando / las lavas repentinas que me den / un fulgurante goce”. / “Mi corazón, leal, se amerita en la sombra. / Yo lo sacara al día, como lengua de fuego / que se saca de un ínfimo purgatorio a la luz”. / “... la noche / que cobija al amor con un tenue derroche / de luceros padrinos del erótico abrazo”. / “Me enluto en ti, Mireya”. / “Jerezanas, / grito y mueca de azoro”.
Varios poemas de Zozobra me siguen perturbando. Alimentan los insomnios frecuentes. Se deslizan debajo de las almohadas y me susurran el aliento de la “impostura virginal de la noche”. Filarmónicos, navegan en mis naufragios melancólicos: “Tus dientes”, “El retorno maléfico”, “La niña del retrato”, “Hormigas”, “La lágrima...”, “Jerezanas...”, “Todo”, “Idolatría” “Te honro en el espanto...”. / Aquí estoy celebrando el centenario de unas coplas que me sedujeron en mi juventud habanera y se funden hoy en este exilio en que oigo “la rechifla de los demonios sobre mis bancarrotas chuscas de pecador vulgar”. /// Antón Arrufat sabía que yo era el ladrón de su Velarde: nunca me dijo nada.
Zozobra
Autor: Ramón López Velarde
Género: Poesía
Editorial: México Moderno, MCMXIX