Dobles raseros

DISTOPÍA CRIOLLA

Armando Chaguaceda
Armando Chaguaceda Foto: La Razón de México

Hace poco, a propósito del “legado Trump”, sostuve un intercambio con dos colegas estadounidenses sobre la naturaleza de la amenaza autoritaria a la democracia actual.

Uno, destacado estudioso del populismo, asimilaba éste al viejo fascismo y rechazaba incorporar en el mismo análisis la crítica al legado estalinista. La otra, experta en innovación democrática, decía que, si bien existían diferentes proyectos totalitarios, sólo la amenaza de derecha —nazi, fascista- era intrínsecamente condenable. En ambos casos, se establecía ex ante una dispensa moral, fundada en razones ideológicas, ante formas distintas del terror total.

Se trata de una discusión no menor, por sus repercusiones prácticas sobre pueblos enteros. El tema de fondo es si evaluamos a todo proyecto político por sus promesas, por sus acciones o por la correspondencia entre ambas. En “estado puro”, lo primero conduce a una mirada idealista, con riesgos distópicos. Lo segundo lleva a una perspectiva realista, más atenta al acto que a las ideas que le animan. Lo tercero, abonaría una mirada simultánea, coherente y compleja, del hecho concreto y la responsabilidad e intencionalidad de los actores.

Volviendo al debate desde la tercera postura, no es difícil avistar el legado de la Ilustración presente en el comunismo, con sus promesas de liberación y justicia futuras. Algo ausente en un fascismo, intelectualmente precario y anclado en la tradición. Sin embargo, ¿esa misma superioridad intelectual, asumida como vanguardia moral, no torna acaso más difícil la necesaria crítica al primero y vuelve sus crímenes más “absurdos”, en contraste con la promesa emancipadora? Además, aun considerando que en el terreno de las ideas haya diferencias entre totalitarismos de izquierda y derecha, ¿no es constatable un legado terrible común? Millones de víctimas de ambos sistemas que no admiten raseros fundados en “ismos” confesos u ocultos.

Una variante de este añejo debate se produce hoy, al clasificar populismos buenos y malos. Definidos desde lecturas partisanas de sus lógicas de exclusión e inclusión. Los primeros, de izquierda, darían cabida a los pobres. Los segundos, conservadores, serían xenófobos incurables. La investigación reciente desde la ciencia política1, la historia2 y la teoría desmienten las miradas binarias. Pues demuestran que, desde ambos campos, se atenta contra la democracia entendida como la inclusión y acción de una ciudadanía plena y plural.

Populistas de derecha e izquierda comparten un sustrato cesarista y organicista, sobre el que confluyen un moralismo político autoritario —analizado por autores como Ugo Pipitone— y una promesa social redentora de referentes arcaizantes. No por gusto Vladimir Putin, personificación del empalme entre origen populista y devenir autocrático, es hoy aliado y ejemplo para intelectuales, políticos y activistas de ideologías disímiles. Hermanados en su fobia populista a la república liberal de masas.

Al populismo le sucede con la autocracia lo mismo que al liberalismo con la democracia: es condición básica, más no suficiente. Su modalidad progresista, pontificada por la escuela de Laclau y Mouffe, tuvo su realización en Latinoamérica. Los gobiernos bolivarianos fueron su plasmación, pero su impacto —y el término mismo— ha llegado a la izquierda norteamericana y europea. Su ideología sombrilla es el llamado socialismo del siglo XXI, una mezcla de comunitarismo, nacionalismo y estatismo. Sus políticas abarcan la lucha contra la pobreza y el fomento de formas de democracia pleisbicitaria. Su saldo, a la postre, fue menos luminoso. Ahí está Venezuela para recordarlo.

Como ha señalado un joven académico, extrañamente equilibrado dentro de un campo de estudios demasiado polarizado “en cada uno de estos casos latinoamericanos, muchas de las peores sospechas que los críticos del populismo han expresado han sido confirmadas, lo que significa que, lejos de ser las inspiraciones que inicialmente pueden haber estado en la izquierda internacional, se presentan ahora como cuentos cautelosos sobre el populismo en el poder”3. Un saldo autoritario que debería suscitar las mismas críticas que generan Trump, Uribe y Bolsonaro. Sin dobles raseros. Porque en política, cuando afectan el destino de gente concreta, las promesas y realizaciones de los ismos ameritan siempre una atención cuidadosa.

1 VLena Günther, Anna Lührmann, Populism and Autocratization, Policy Brief No. #19, V Dem Institute, 2018.

2 Ugo Pipitone, Nostalgia comunitaria y utopía autoritaria: populismo en América Latina, Ed. CIDE, 2020

3 Benjamin Moffitt, Populism, Polity, 2020, pág. 76

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