Hace dos días, en un panel realizado en el XXXIX Congreso de Latin American Studies Association1, una colega nos hizo a los ponentes dos preguntas: ¿por qué tanta gente erudita legitima regímenes opresivos? ¿Cómo entender que, además, lo hagan en nombre de fines e ideales aparentemente nobles? Con esas interrogantes resonando en mi cabeza, en una coyuntura de represión desatada en varios países de nuestra región y del orbe, escribo esta columna.
Responder a las inquietudes de mi colega, nos obliga a movilizar notables recursos explicativos. La psicología social, la sociología de los intelectuales y la historia reciente ofrecen pistas sobre el problema. Pero quizá podemos sintetizar, en el formato y lenguaje de este espacio de opinión, una ruta más concreta. Reconocer, entre otros, tres móviles básicos del intelectual filotiránico: el miedo, el dogma y el cálculo.
Miedo a sufrir las diversas formas de represalia que despliegan los regímenes autoritarios, a ser excomulgados por la tribu política que les defiende. Dogmas resilientes a los hechos, de gente negada a despojarse de los lentes que simplifican su lugar en este mundo cruel. Cálculos para sobrevivir, escalar e influir; incluso para aspirar a ser consejeros del Príncipe con fines supuestamente reformistas.
La influencia simultánea del dogma, el miedo y el cálculo genera, en los intelectuales filotiránicos, actitudes perversas. Provoca la corrupción del lenguaje: de ahí que maquillen el despotismo, con fines de legitimación, mediante una neolengua que usa términos opuestos a los contenidos que enmascara. Hablan de democracia cuando rige la tiranía, describen como popular y republicano un orden de camarillas elitistas. Invocan la justicia social cuando un Estado se apropia de toda la riqueza de la nación.
La deshumanización del otro establece raseros diferentes para el destino de las poblaciones reprimidas. Cómo si a esos subalternos correspondiese una antropología diferente, con rasgos y deseos ajenos a los nuestros: como si sus comportamientos no estuviesen influidos por estructuras represivas. La naturalización del mal, ahistórica y antisocial, erige al orden autoritario y jerárquico, como una forma deseable de gobierno para las comunidades humanas.
Pero nada es más triste y dañino que la actitud cortesana, con la que los intelectuales abdican de su pensamiento crítico y el más básico rigor analítico. Todo para avalar la más cotidiana barbaridad de quienes mandan. Lo que, en extremo, les obliga a atentar contra su propia condición intelectual; como si la sumisión fuese sinónimo de agencia.
Trayendo al presente aquella frase memorable —y terrible— escrita hace casi medio milenio por un jovencísimo pensador francés: “Qué desgracia es, o qué desgraciado vicio es éste de ver a un número infinito, no obedecer, sino servir; no ser gobernados, sino tiranizados, no teniendo bienes, parientes, ni hijos, ni vida que sea de ellos”2.
1 El panel se intituló “Autoritarismo e izquierda en América Latina: Cuba, Nicaragua y Venezuela”
2 Étienne de La Boétie, Discurso de la servidumbre voluntaria o el contra uno, 1549