Halcones y palomas

DISTOPÍA CRIOLLA

Armando Chaguaceda
Armando Chaguaceda Foto: La Razón de México

El Partido Comunista de Cuba —único legal y dirigente— publicó en mayo el documento “Ideas, Conceptos y Directrices”, resumen de su visión programática y estratégica.

Allí declara explícitamente “su solidaridad con la Venezuela de Chávez y Maduro, así como con la Nicaragua sandinista; la lealtad en defensa de la soberanía y del derecho a la libre determinación de los pueblos”. Líder, Pueblo, Nación y Estado: unidos en el canon autoritario. Hace una semana, el Foro de Sao Paulo —cobijo de buena parte de la izquierda partidista latinoamericana— prolongó esa narrativa en su “Comunicado en defensa de la soberanía de Nicaragua”. Éste justifica la ola represiva en aquel país, alegando que “las personas involucradas son investigadas por crímenes contra la patria, con base en una ley de octubre del 2020 aprobada por un Poder Legislativo legítimamente electo, que busca defender la soberanía del país contra los avances de fuerzas externas e imperialistas”. Para rematar señala “Apoyamos el Gobierno y el pueblo de Nicaragua en este momento de ataque contra su soberanía e independencia”.

Mientras eso sucedía, el Grupo de Puebla —presentado como espacio de renovación progresista regional— acumulaba tres declaraciones (10, 11 y 18 de junio) sobre la situación poselectoral en Perú. Ninguna respecto a la represión preelectoral nicaragüense. Simultáneamente, Argentina y México —actores protagónicos del grupo— emitían una Declaración Conjunta en la que enunciaban su “preocupación por los acontecimientos”, invocaban “el principio de no intervención” y rechazaban “imponer pautas desde afuera”. En consonancia, ambos gobiernos se abstuvieron en el voto de la Resolución (1175.21) aprobada en el Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos, que pide la liberación de presos políticos y el retorno democrático. Y aunque circularon rumores sobre un supuesto rol mediador argentino, la única noticia ha sido la radicalización represiva de Ortega.

Tal actitud choca con otros precedentes cercanos. Las cancillerías mexicana y argentina se involucraron activamente en la crisis política boliviana, tomando partido por el expresidente Evo Morales. De 2019 a 2021, apoyaron el regreso de su partido al poder, por la misma vía electoral que hoy se niega a los nicaragüenses. En Bolivia, los llamados a la “no intervención” fueron entonces interpretados de un modo laxo. Para apoyar al Movimiento al Socialismo, ambos gobiernos impulsaron una diplomacia militante; ante Ortega exhiben hoy una cautela prudente. La que llevó a Erika Guevara-Rosas, directora para las Américas de Amnistía Internacional, a recordar que “El principio de no intervención en los asuntos internos de un Estado no se aplica a las violaciones de derechos humanos y crímenes de derecho internacional”.

Los dobles raseros se trasladan al ámbito intelectual. Los centros centroamericanos del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) llamaron a “La liberación de las personas presas políticas, respetar los derechos humanos, garantizar la libertad académica y asegurar la libertad de organización, movilización y comunicación que un proceso electoral libre y democrático demanda”. Al tiempo, invitaban “al Comité Directivo y a los más de 600 centros que integran la red Clacso a pronunciarse en este mismo sentido sobre la situación en Nicaragua”. Al escribirse esta columna, el exhorto no encontraba aún eco en la directiva de la organización. Algo paradójico para una entidad prolija en críticas públicas a la situación social… bajo gobiernos neoliberales. Cuyo logo adorna, por cierto, la web del Foro de Sao Paulo.

En Latinoamérica, la solidaridad orgánica en el seno de la izquierda autoritaria no es contrapesada por un activismo democrático de los representantes del llamado progresismo. En este predominan silencios y ambigüedades que, en crisis como la nicaragüense, sólo abonan a la consolidación represiva. Como resultado, las denuncias de la crisis en Nicaragua quedan hoy mayormente confinadas —en lo que al universo partidario se refiere— al centro y la derecha políticos.

Las víctimas concretas de Ortega son abandonadas por quienes invocan, desde una pretendida superioridad moral y un supuesto pensamiento crítico, la emancipación abstracta. En nombre de una “soberanía” que invoca, retóricamente, al mismo pueblo que somete. Los halcones paulistas y palomas poblanas parecen gorjear, con tonos distintos, tonadas convergentes.

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