Latinoamérica: ¿democracias o dictaduras?

DISTOPÍA CRIOLLA

Armando Chaguaceda
Armando Chaguaceda Foto: La Razón de México

Los politólogos Scott Mainwaring y Aníbal Pérez Liñán han publicado en México una traducción de su libro Democracias y dictaduras en América Latina: surgimiento, supervivencia y caída, coeditada por el Fondo de Cultura Económica y el Instituto Nacional Electoral.

Los autores proponen una teoría robusta sobre la perdudabilidad y mutación de los órdenes políticos latinoamericanos, con énfasis en los procesos históricos acaecidos el último siglo. Combinando el análisis estadístico y una mirada comparativa de larga duración y amplia cobertura geográfica, repasan las teorías existentes –basadas en la clase, la cultura y el desarrollo– criticando sus enfoques tradicionales, proponiendo una mirada alternativa.

Ambos politólogos indican que las motivaciones y preferencias normativas de los actores políticos relevantes —de gobierno y oposición— resultan centrales para comprender la evolución política. Que las ideas y valores importan tanto —y a veces más— que otros recursos, marcos y legados políticos. A medio camino, entre los enfoques macroestructurales y las lecturas micro, Mainwaring y Pérez Liñán encuentran en la moderación o radicalismo de los contendientes los modelos de sociedad y poder que estos sustentan, así como el entorno internacional favorable a unas u otras alternativas, claves analíticas promisorias, que permiten visumbrar si serán regímenes democráticos —pluralistas y competitivos— o autocráticos —decisionistas y verticales— los que configuren el panorama político de Latinoamérica en los años venideros.

Cuando leí hace siete años la versión original de esta monumental obra, muchas de las tendencias del actual desarrollo político latinoamericano apenas se insinuaban. La región era un caleidoscopio de democracias de diverso grado de robustez, con regímenes híbridos —en la zona andina— y apenas una autocracia cerrada, la cubana. Hoy el panorama es otro. Las democracias han sido sacudidas por repetidas crisis de desafección y protesta ciudadanas de incierto desenlace. La mancha autoritaria se ha expandido, añadiendo los casos venezolano y nicaraguense al grupo de regímenes cerrados. Narcoestados fallidos se insinúan en Centroamérica. Los populismos, de distinto signo ideológico, pululan dentro de nuestras atribuladas repúblicas. Estamos mal… y vamos para peor.

Es claro que la herencia irresuelta de desigualdad social, debilidad estatal, violencia criminal y corrupción sistémica abona el terreno para que los radicales, señalados por Mainwaring y Pérez Liñán, avancen dentro de nuestras repúblicas. La ausencia de frenos externos —no existe más el intervencionismo militar gringo, pregonado obsesivamente por cierta progresía— permitió a los tiranos criollos abortar, en los últimos años, tanto las movilizaciones masivas como las reivindicaciones tímidas y diálogos transicionales que propugnaban por la democratización.

Además, a diferencia de la postura coherente —en lo analítico y lo cívico— de Mainwaring y Pérez Liñán, no existe en la región un compromiso claro con aquella democracia integral que proponía Guillermo O’Donnell. Los sondeos muestran no sólo una crítica justa a los déficits liberales, sino también cierta apuesta por modos de gobernanza no democráticos. La propia intelectualidad regional mantiene un doble rasero contra los autoritarismos vernáculos: los tres países donde es más limitado el ejercicio de todos los derechos cívicos —Cuba, Nicaragua y Venezuela— no reciben tanta visibilidad. Los pronunciamientos de la academia organizada cuestionan preferentemente los populismos conservadores e, incluso, las democracias defectuosas. Hay un sesgo filotiránico, inexistente hace medio siglo, cuando la mayoría de las dictaduras —entonces derechistas— recibían inequívoca condena en la ciudad letrada.

Con los radicales avanzando por doquier, en ausencia de formas efectivas de sanción colectiva y bajo una esquizofrenia académica ideologizada, los escenarios de los próximos años no se auguran halagueños para las democracias latinoamericanas. A menos que los ciudadanos actúen decidida y tempranamente en defensa de la democracia, neutralizando los extremismos. La necesidad de defender la democracia política, procurando a la vez la mayor inclusión, desarrollo y justicia posibles, es una asignatura pendiente –amenazada con reprobarse– en toda la región.

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