Miseria de la filotiranía

DISTOPÍA CRIOLLA

Armando Chaguaceda
Armando Chaguaceda Foto: La Razón de México

Los intelectuales filotiránicos (Mark Lilla dixit)1 no suelen ser particularmente coherentes. En una era donde la democracia se impone aún nominalmente como discurso hegemónico sobre lo político, gustan pasar por demócratas. Por eso disfrazan su elección —hija de cálculos o dogmas— como servicio a la felicidad popular, defensa de la soberanía nacional e impulso a la eficacia política. Nunca como rendición al poder irrestricto de la fuerza. Al despotismo.

Hijos —con toda la paradoja que ello implica— de sociedades abiertas, esos intelectuales atribuyen a los subalternos de los regímenes que defienden una condición antropológica distinta. Desde su opinión, allí el pueblo no puede, sabe ni quiere devenir ciudadanía activa, sino masa leal y aclamante. “Olvidan” que la diversidad cultural, el disenso social y la contienda política son atributos de cualquier nación realmente existente. En cualquier religión, geografía y etnia.

Pero su postura, analítica y cívica, es falaz. El ensañamiento con los opositores en China, Rusia, Venezuela o Turquía no muestra a liderazgos confiados de su real popularidad. Sino a autócratas inseguros, que persiguen con saña al oponente. Revela la actuación desproporcionada y abusiva de un Poder irrestricto. Ante esa realidad, empeñados en discutir sobre la gobernanza tecnocrática y el despotismo ilustrado, los intelectuales filotiránicos miran al lado.

Esta semana he recordado esa pulsión filotiránica, tras el debate con un joven historiador. Mientras discutíamos sobre la lenta agonía de Alekséi Navalny en las cárceles de Putin2, su madeja de justificaciones entretejía una tragedia intelectual y política. La de la mente culta que maquilla al despotismo; pisoteando, con palabras y silencios, la humanidad más básica.

En la disputa entre un opositor que reclama apertura política y un Estado que la niega y le criminaliza, el colega eligió enfatizar las falencias del primero y minimizar la violencia del segundo. Remozar la lógica propagandística del Kremlin, descaracterizando la resistencia de sus oponentes. Sin cuestionar el veto a sus candidaturas en las amañadas elecciones rusas. Tampoco la amenaza de declararlos “grupos terroristas”, junto a los combatientes del Estado Islámico3. Veto y sanción que les impide ser actores políticos. Que los deshumaniza.

En materia política, los criterios de la academia y la opinión pública no deben sustituirse por la pasión de telenovela. Los intelectuales de sociedades democráticas —esos que pueden elegir qué pensar y decir, con apego a evidencias— deben ser rigurosos y autocríticos. Los opositores a regímenes despóticos necesitan, justamente por lo difícil de su tarea, criterios objetivos sobre las mejores estrategias para resistir al autoritarismo. La complacencia, el culto a la personalidad y el regodeo con la victimización nunca son buenas compañías para el triunfo.

Pero el pensar crítico no tiene nada que ver con el ninguneo permanente a los disidentes de dictaduras atroces. En especial cuando, al unísono, no se cuestionan las condiciones de posibilidad que restringen la vida y acción de aquéllos. Cuando no nos ponemos, empáticamente, en sus zapatos. En las circunstancias trágicas que los llevaron a ser lo que son.

Los intelectuales filotiránicos nacidos en sociedades abiertas son particularmente desleales. Traicionan la protección personal y los principios liberales que han prohijado sus propias carreras. Cómo caníbales cultos, alimentan su obra con la desgracia de sus semejantes. Es la vieja historia de Schmitt y Kelsen, en Weimar, repetida ad infinitum. Miseria de la filotiranía.

1 Ver Pensadores temerarios. Los intelectuales en la política, Editorial Debate, 2004.

2 Ver https://www.themoscowtimes.com/2021/04/17/kremlin-critic-navalny-could-die-any-minute-doctors-a73635

3 Ver https://meduza.io/en/feature/2021/04/17/what-comes-next