Este 22 de febrero se cumplen 75 años del famoso Telegrama Largoi de George Kennan, uno de los documentos icónicos de la Guerra Fría. A través de esa comunicación secreta —publicada luego bajo pseudónimo en la revista Foreign Affairs—, el diplomático e intelectual acuñó nociones que devinieron en la base de la política de EU y sus aliados, en aquellos años convulsos.
A partir de su privilegiada posición en Moscú, Kennan identificó varios factores —ideológicos, históricos y psicológicos— explicativos de la conducta del adversario. Ideológicamente, dijo, los soviéticos se posicionaban en una guerra sistémica contra el orden liberal, pero también contra otras izquierdas no comunistas. Para su lucha, que mezclaba la retórica del leninismo y el legado imperial ruso, aprovecharían a aliados marxistas y nacionalistas de otros países. Combinando dogmas ideológicos, flexibilidad táctica e inercias geopolíticas.
Evaluando con realismo la naturaleza y recursos del oponente, Kennan diagnosticó sus debilidades y los medios para explotarlas. Comprendió que el verticalismo autocrático del liderazgo, unido a esquemas ideológicos, afectaba la capacidad soviética para reaccionar a la creciente complejidad política, doméstica e internacional. Entendió, como cualquier chico de colegio, que las personalidades autoritarias son sensibles al lenguaje de la fuerza y jamás a razonamientos normativos. Por lo que la URSS debía ser combatida con una mezcla de firmeza ante el expansionismo, contraofensiva ideológica, corrección keynesiana de los déficits del capitalismo y alianzas multilaterales que incluyeran a las izquierdas democráticas de Occidente. Cosa que hoy parece razonable, pero que resultaba entonces anatema para tantos intelectuales radicales y movimientos de liberación empeñados en construir —con los ladrillos del Kremlin— una alternativa “progresista” a la economía de mercado y la democracia liberal.
El Telegrama Largo —y el accionar derivado de éste— inauguró una estrategia de contención —containment— diferente a los intentos agresivos de presión directa —roll back— y la ulterior distensión —detente— apaciguadora. Kennan puso los cimientos de un enfoque estratégico donde el realismo político se combinaba con mayor atención a los factores ideológicos, diplomáticos, socioeconómicos y culturales. Una perspectiva que hoy las naciones democráticas harían bien en revisar al planificar su nueva política ante el reto global de los regímenes autocráticos, sean revolucionarios o revanchistas. Involucrando nuevos aliados y revisando viejas estrategias, en calibrado equilibrio entre los valores propios y la mentalidad y cosmovisión rivales.
La postura de Joe Biden en la Conferencia de Seguridad de Múnich, la pasada semana, parece apuntar en similar dirección. Relanzar los vínculos con Europa va de la mano con la asunción —en la OTAN y en el Pacífico— de la competencia estratégica con China y Rusia. También con el regreso a los acuerdos y espacios multilaterales —desde el Acuerdo de París al Consejo de Derechos Humanos— y las promesas de apoyo financiero, comercial y sanitario a los países periféricos. Para el Medio Oriente, se revisarían —sin giros dramáticos— las posturas ante Irán, el terrorismo y la paz regional. En Latinoamérica, el diagnóstico parece menos creativo: combina propuestas sugerentes para enfrentar la crisis migratoria, el impacto del Covid-19 y el narcotráfico, con algo de wishful thinking en la mirada a Venezuela y Cubaii.
Se trata, en cualquier caso, de una agenda en construcción, enfrentada a desafíos formidables. Donde un espíritu de nueva contención parece asomarse en la defensa de los intereses estratégicos de Occidente y la sociedad abierta.
1 El documento original puede leerse en http://www.ntanet.net/KENNAN.html. Para una selección de textos de Kennan ver “Al final de un siglo Reflexiones, 1982 – 1995”, Fondo de Cultura Económica, México, 1998.
2 Un ejemplo de ello es “Estados Unidos y Latinoamérica: de Trump a Biden”, de Abraham F. Lowenthal (Foreign Affairs Latinoamérica, Enero-Marzo de 2021) texto celebrado, con escaso disimulo, por académicos afines al eje bolivariano.