La viralización autocrática

DISTOPÍA CRIOLLA

Armando Chaguaceda
Armando Chaguaceda Foto: La Razón de México

En estos tiempos de pandemia global, el uso de términos microbiológicos se ha puesto de moda. El campo de los análisis políticos, donde tantos procesos ocurren hoy a nivel mundial de un modo simultáneo y expansivo, da cuenta de esa influencia. El último estudio del Instituto V-Dem de la Universidad de Gotemburgo, enfocado en la medición internacional de la cantidad y calidad de las democracias, utiliza esa lógica1. La autocratización, nos dice, se ha viralizado.

El declive global de la democracia —el proceso que llamamos autocratización— continúa de modo acelerado en la última década, señala V-Dem. Especialmente en Asia, África y, en menor grado, Europa del Este y América Latina. El nivel de democracia disfrutado por el ciudadano global promedio en 2020 ha bajado a los niveles encontrados por última vez alrededor de 1990. La autocracia electoral sigue siendo, seguida por las democracias electorales, el tipo de régimen más común.

Según el Informe, en 2010, 48% de la población mundial vivía en autocracias, fuesen éstas parciales (electorales) o completas (cerradas); en 2020 el número se elevó hasta 68%. La India, el segundo país más poblado del orbe, pasó de ser una democracia liberal a una autocracia electoral. En total, hay 87 países con regímenes autocráticos: 63 autocracias electorales y 24 cerradas. Las naciones en transición a la democracia pasaron de 32 en 2010 a 16 el pasado año. En 2010 había 41 democracias liberales, plenas; ahora existen 32, fundamentalmente en Europa Occidental y América del Norte.

El modo en que esta autocratización se produce habla mucho de la metáfora biológica al uso. Como los virus y bacterias, los agentes de la autocratización (líderes populistas, fundamentalismos religiosos, movimientos extremistas de distinto signo ideológico) se expanden dentro del organismo político, aprovechando sus tejidos y órganos, hasta copar y colapsar la soberanía popular. No se trata, como antaño, de daños externos, infligidos por agresores —invasiones— o convulsiones bruscas —golpes de Estado, revueltas—, que afectan el cuerpo y la salud democráticos.

El escenario abierto por el Covid-19 abonó a esa tendencia. El informe de V-Dem señala que el número de países que amenazaron la libertad de expresión pasó de 19 en 2017 a 32 en 2020. Aunque la mayoría de las poliarquías actuaron de manera responsable en sus protocolos de manejo de la crisis sanitaria y sus efectos, en 9 hubo violaciones graves de los derechos ciudadanos y en otras 23 democracias moderadas. A contrapelo, en 55 regímenes autocráticos se detectaron violaciones mayores o moderadas en el marco de la pandemia.

Frente a los medios de comunicación, un cierto consenso asomó, imprevisto, entre regímenes democráticos y autoritarios: dos tercios de todos los países estudiados por V-Dem restringieron, de algún modo, la labor de los periodistas. La sociedad civil también aparece como una gran afectada del cruce perverso entre Covid y autocracia: las restricciones legales, asedios policiacos y cierre financiero a la labor de organizaciones y activistas cívicos fue impresionante. Afectando gobiernos de todos los continentes, orientaciones ideológicas, niveles de desarrollo socioeconómico y sustrato civilizatorio.

Además de las variables específicamente políticas o pandémicas, hay diversos factores geopolíticos, tecnológicos y culturales que explican, conjugados, el deterioro democrático global. Pero también otros elementos —desde la historia al activismo, pasando por la psicología y transformaciones de las sociedades de masas— ofrecen pistas sobre las resistencias posibles y previsibles a tal deriva. Sobre este punto volveré, rehuyendo el fatalismo indulgente, en mi próxima columna.

1La investigación —elaborada por un equipo internacional de 3.500 expertos, del que hace parte el autor de esta columna— cubre 202 países entre 1789 y 2020. Puede consultarse en https://www.v-dem.net/files/25/DR%202021.pdf

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