Los beneficios de la destrucción es el título del segundo capítulo del libro de Henry Hazlitt (1894 – 1993), La economía en una lección (1946), en el que analiza una de las falacias económicas, que a bote pronto parece correcta, pero que no pasa de ser eso, una falacia:
Que la destrucción, independientemente de su causa (guerra, incendio, inundación, terremoto, ciclón), es provechosa para la economía, porque tendrá que reponerse lo destruido, lo cual favorecerá a las empresas que proveerán lo que necesite reponerse. Desde esta perspectiva la destrucción trae beneficios. El problema es que contempla solo una parte del asunto.
Parafraseando a Hazillt, quien escribe de la guerra, mientras que yo lo hago del ciclón Otis, “cuanto más destruye el ciclón, cuanto mayor es el empobrecimiento a que da lugar, tanto mayor es la necesidad posciclónica. Indudablemente. Pero necesidad no es demanda. La verdadera demanda económica requiere no solo necesidad, sino también poder de compra correspondiente”.
Hoy, en Acapulco, hay muchas necesidades insatisfechas, desde necesidades de consumo, para atender necesidades básicas, hasta necesidades de inversión, para rehabilitar los negocios destruidos, la mayoría de los cuales son micros y pequeños (¿cuántos están asegurados?). De todas esas necesidades, ¿cuántas pueden convertirse en verdadera demanda económica, que es una necesidad respaldada con poder de compra, producto del trabajo pasado (ahorro), o presente (generación de ingreso)?
Hay que distinguir entre la ayuda humanitaria, que provee bienes y servicios “gratis” (entrecomillado porque alguien paga), y que por su propia naturaleza es temporal, y la verdadera demanda económica, que debe ser permanente y requiere de empleos e ingresos, manera correcta de satisfacer necesidades. La destrucción genera necesidades pero no demanda, que requiere de la oferta: producción y venta, trabajos e ingresos, que requieren de la rehabilitación de los negocios.
Además hay que tener en cuenta que la producción de bienes y servicios, que tendrá lugar para reponer lo destruido por el ciclón, tendrá lugar para eso, para reponer la riqueza que ya se había creado, no para producir nueva que se sume a la ya producida, riqueza que consiste en los bienes y servicios con los que satisfacemos necesidades de consumo y producción. En el mejor de los casos todo el esfuerzo posciclónico (¿cuánto trabajo, dinero y tiempo requerirá?), dará como resultado volver a estar como se estaba antes del desastre y, logrado esto (¿se logrará?), empezar a avanzar.
Una vez que empiece a generarse verdadera demanda económica, las empresas que proveerán lo necesario para la reconstrucción (por ejemplo: productoras de vidrio), se beneficiarán, porque aumentará la demanda por sus productos (beneficios de la destrucción para ciertas empresas), mismos que, por destinarse a reemplazar la riqueza destruida, no sumarán nueva riqueza (perjuicio de la destrucción para la economía en su conjunto). Dicho de la manera más clara posible: se destinarán recursos, no para aumentar la riqueza, sino para reponerla, algo propio de una situación antieconómica, que ocasionará un importante costo de oportunidad: lo que dejará de demandarse, y de producirse, por tener que demandar, y producir, lo que va a reponerse.