Arturo Damm Arnal

Capitalismo de compadres (2/2)

PESOS Y CONTRAPESOS

Arturo Damm Arnal
Arturo Damm Arnal
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Como lo apunté en el pasado Pesos y Contrapesos, el capitalismo de compadres, sueño de todo empresario e intención de cualquier político, es el contubernio entre el poder económico y el poder político, por el cual el segundo le concede privilegios al primero, limitando o eliminando la competencia, y por el cual el primero, como agradecimiento por el privilegio recibido, le otorga la incondicionalidad/complicidad política al segundo.

Como también lo apunté, el capitalismo de compadres se practica de muchas maneras, y una de ellas tiene lugar si la empresa es proveedora del gobierno, y no hay gobierno que no necesite de la proveeduría de las empresas, campo fértil para el capitalismo de compadres, tal y como sucede en México, aunque por allí hay quienes tienen otros datos.

Por principio, dado que para ello usa el dinero extraído coactivamente del bolsillo de los contribuyentes, razón más que suficiente para que esos recursos se usen honesta (que llegue al destino que debe llegar), y eficazmente (que llegue en la menor cantidad posible), cualquier compra que haga el gobierno debería ser el resultado de una licitación, de la competencia entre proveedores, desde la compra de enseres para oficina (lápices, plumas, clips, engrapadoras, grapas, ligas, hojas, fólderes, etc.), hasta la construcción de obra gubernamental (desde refinerías, pasando por aeropuertos, hasta trenes, y cualquiera otra).

Desde las construcciones de obra gubernamental, hasta las compras de enseres para oficina, deberían estar sujetas a licitación, a la competencia entre proveedores, para asegurarse que todo lo que se compró se pagó al menor precio posible, en “beneficio” de los contribuyentes de cuyos bolsillos salió, coactivamente, ese dinero.

Las adjudicaciones directas, sin licitación, son corrupción, y una de las manifestaciones del capitalismo de compadres, del contubernio entre el poder político y el poder económico, en este caso en contra del interés que tenemos los contribuyentes de que la parte del producto de nuestro trabajo que nos obligan a entregarles por el cobro de impuestos se use honestamente, llegando al destino que debe llegar, y eficazmente, llegando en la menor cantidad posible: Para lograr esto último se requiere de la competencia entre los proveedores del gobierno, de las licitaciones.

El Gobierno de la 4T presume que se acabó la corrupción, para lo cual, entre otras cosas, deberían de haberse acabado las adjudicaciones directas de obra gubernamental, lo cual no ha sucedido. Hace algunos días nos enteramos, por el Reforma, que “remodelan AICM con obras sin licitar”, sin haber organizado la competencia entre posibles proveedores para elegir al que podría haber proveído al menor precio posible, lo cual es corrupción (¿a cambio de cuánto, porque se trata de un cuánto, ¿o no?, se le asignó de manera directa la obra a quien se le asignó?), propia del capitalismo de compadres (el contubernio entre el poder gubernamental y el poder empresarial). Sin licitaciones, ¿es posible que las compras, de lo que sea, se realicen al menor precio posible? ¿Es posible que no haya corrupción? Sí, ¿pero qué tan probable? El capitalismo de compadres, en general, y las adjudicaciones directas, en particular, son Estado de chueco, antítesis del Estado de Derecho.