Un lector me preguntó por qué soy detallista y repetitivo en esta columna, y me puso como ejemplo lo que siempre escribo al referirme a las inversiones directas.
Es decir, “que son las que se destinan a la producción de bienes y servicios, con los que satisfacemos nuestras necesidades, y con la que se mide el crecimiento de la economía; que crean empleos, ya que para producir alguien debe trabajar; que generan ingresos, ya que a quien trabaja se le paga por hacerlo; empleos e ingresos que son condiciones, no suficientes, pero sí necesarias, para el bienestar, sobre todo si el mismo ha de ser el resultado, no de la redistribución gubernamental del ingreso, sino de la generación personal del mismo”.
O esta variante: las inversiones directas “que son las que se destinan a la producción de bienes y servicios, con los que satisfacemos nuestras necesidades, y con la que se mide el crecimiento de la economía; que crean empleos, ya que para producir alguien debe trabajar; que generan ingresos, ya que a quien trabaja se le paga por hacerlo; empleos e ingresos que son condiciones, no suficientes, pero sí necesarias, para el bienestar, que depende de la cantidad, calidad y variedad de los bienes y servicios de los que disponemos, la mayoría de los cuales hay que comprar, para lo cual hay que pagar un precio, para lo cual hay que generar ingreso, para lo cual hay que tener empleo”. Por lo general termino llamando la atención sobre todo lo que depende de dichas inversiones: producción, empleo, ingreso y bienestar.
Cierto, cada vez que escribo sobre las inversiones directas (y sobre muchos otros temas: dinero, inflación, impuestos, comercio, escasez, derechos, Estado de Derecho, políticas económicas, precios, instituciones, tipo de cambio, tasa de interés, etc.), repito al detalle lo que ya escribí en columnas anteriores. ¿Por qué?
Básicamente soy profesor de teoría económica, y como tal lo que me interesa es que los lectores de esta columna entiendan, lo mejor posible, el tema que estoy analizando, para lo cual les proporciono, dentro de los límites de espacio de una columna periodística (2,799 caracteres sin espacios), la mayor cantidad de elementos posibles (producción, empleos, ingresos, bienestar), no limitándome a nombrar el tema del que se trate (inversiones directas). Además de informar (por ejemplo: las inversiones directas crecieron tanto por ciento…), pretendo enseñar (por ejemplo: las inversiones directas, que son las que…). Por eso lo detallista.
Y lo repetitivo, ¿por qué? Porque no pienso en quienes ya son lectores habituales de mi columna (algunos los hay del Kaffeeklatsch, ¡saludos!), quienes ya saben, porque lo han leído más de una vez, que las inversiones directas son las que…, sino en quienes me leen por primera vez y no tienen por qué saber que las inversiones directas son las que…, sin olvidar que no basta con haber leído algo una vez para saberlo (tener conocimiento de algo), y mucho menos entenderlo (saber con perfección algo), porque el saber, y sobre todo el entender, son efecto, en buena medida, de la repetición: la práctica hace al maestro, quien empieza sabiendo y termina entendiendo.
Yo sé lo que sé, y entiendo lo que entiendo, principalmente, porque llevo cuarenta años siendo maestro, dando clases, el mismo tiempo que llevo escribiendo, siendo columnista.