De los empresarios (1/2)

PESOS Y CONTRAPESOS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Llama la atención la incomprensión que hay con relación a los empresarios y a la empresarialidad, la animadversión que muchos sienten por los empresarios y la repulsa que les causa la empresarialidad. Esa incomprensión, animadversión y repulsa no tiene razón de ser. ¿Qué me dicen si afirmo que el empresario es un benefactor de la humanidad, alguien que le hace el bien a los demás? En el mejor de los casos que no sé lo que digo (que soy un ignorante) o, en el peor, que algún empresario me paga para que le eche porras (que soy un vendido). ¿Será?

Para entenderlo comencemos desde abajo, por los zapatos que traemos puestos y que evitan que vayamos por la vida descalzos, con los pies deshechos. ¿A quiénes se los debemos? A los empresarios que los producen y ofrecen, desde el dueño de la fábrica, donde se producen, hasta el propietario de la zapatería, donde se ofrecen.

Y para no hacer el cuento largo pasemos de los pies a la cabeza y preguntémonos, quienes los usamos, a quiénes les debemos los anteojos, desde el armazón hasta las micas, que nos permiten ir por la vida viendo la cosas con claridad. A los empresarios que producen y ofrecen desde armazones hasta micas debidamente graduadas.

Vistas así las cosas, ¿no será verdad que los empresarios son benefactores de la humanidad? Sí, dirán algunos, si nos regalaran desde los zapatos hasta los anteojos, algo que no hacen, ya que nos cobran desde los anteojos hasta los zapatos, por lo que afirmar que son benefactores de la humanidad es una exageración.

El punto anterior no lo discuto. Me queda claro que si quiero seguir teniendo desde zapatos (para no ir descalzo por la vida), hasta anteojos (para ir por la vida viendo bien), debo estar dispuesto a pagarle, a quienes los producen y ofrecen, un precio que, por lo menos, les permita recuperar sus costos de producción, precio que no es el resultado de un abuso de parte de los empresarios, sino de una realidad: producir bienes y servicios cuesta. De hecho, vivir cuesta.

Pero además, ¿cuál es la mejor muestra de que lo que los empresarios hacen, producir y ofrecer bienes y servicios con los que satisfacemos desde nuestras necesidades hasta nuestros caprichos, nos beneficia? Que estamos dispuestos a pagar un precio por esos satisfactores (precio que debe ser el menor posible, para lo cual se requiere la mayor competencia posible entre productores y oferentes, para lo cual se requiere que el gobierno permita que todo aquel, nacional o extranjero, que quiera producir bienes y servicios, con capital nacional o extranjero, u ofrecer bienes y servicios, nacionales o importados, pueda hacerlo. Es el gobierno el que debe crear las condiciones para que se dé la mayor competencia posible, siendo ésta una de sus tareas más importantes en el ámbito de la economía).

¿En qué consiste la esencia de la empresarialidad? En inventar, porque hay que invitarlos, mejores bienes y servicios, que satisfagan de mejor manera las necesidades, gustos, deseos y caprichos de los consumidores, lo cual eleva su nivel de bienestar, que es el fin de la economía.

Llegados a este punto alguien podrá decir que a los empresarios los mueve el afán de lucro (no solo generar utilidades sino maximizarlas), lo cual, hay quienes así lo creen, es éticamente reprobable. Entonces, a los empresarios, ¿debería moverlos el afán de pérdidas?

Continuará.