De los empresarios (2/2)

PESOS Y CONTRAPESOS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Una de las principales críticas a los empresarios es que los motiva el afán de lucro, motivación que considerada éticamente cuestionable. Entonces, ¿debería motivarlos el afán de pérdida? Obviamente no. El fin del empresario (que no de la empresa), debe ser, no solo ganar, sino ganar lo más posible, lo cual logran si sirven al consumidor, en términos de precio y/o calidad y/o servicio, como quiere ser servido.

Una empresa sobrevive hasta que los consumidores quieren. Su objetivo debe ser que los consumidores compren su producto, lo consuman, queden satisfechos, lo vuelvan a comprar y consumir, y se lo recomienden a los demás (no hay mejor publicidad que la que hacen los consumidores). La empresa, o está al servicio de los consumidores, o simple y sencillamente no sirve. ¿Y cuál es la mejor muestra de que la empresa está sirviendo a los consumidores como estos quieren ser servidos? La generación (para empezar), y maximización (para terminar), de utilidades.

La justificación ética de las utilidades de los empresarios (ojo: de los empresarios, no de la empresa), es que las generen en mercados lo más competidos posibles, para lo cual se requiere, como lo apunté en el anterior Pesos y Contrapesos, la mayor competencia posible entre productores y oferentes, para lo cual se requiere que el gobierno permita que todo aquel, nacional o extranjero, que quiera participar en algún sector de la economía produciendo bienes o servicios, ya sea con capital nacional o extranjero, o que desee participar en algún mercado de la economía ofreciendo productos nacionales o importados, lo pueda hacer, sin que el gobierno lo prohíba o limite. Esta es la condición que debe cumplirse para lograr la justificación ética de las utilidades de los empresarios, condición que no se cumple en el marco del capitalismo de compadres, del contubernio entre el poder político (que limita la competencia a favor de algunos empresarios, prohibiendo la participación de otros), y el poder económico (que limita o elimina sus críticas al poder político).

El culpable del capitalismo de compadres, cuyo resultado es una menor competencia, y por lo tanto mayores precios y/o menor calidad y/o peor servicio, en perjuicio del bienestar de los consumidores, no es el empresario que pide un privilegio del gobierno (malo), sino el gobernante que lo otorga (peor), y no gratuitamente.

Inclusive si una empresa privada es, efecto del capitalismo de compadres, un monopolio por concesión gubernamental, dado que los consumidores tienen la libertad para decidir si le compran o no, debe servirlos de una manera mínima, para lo cual no puede ofrecer al precio que le dé la gana, con la calidad que le dé la gana, con el servicio que le dé la gana. Aún en el caso del monopolio la empresa debe estar al servicio de los consumidores.

Debe aceptarse que el empresario es un benefactor de la humanidad, alguien que le hace el bien a los demás, afirmación que, dirá un marxista, es cierta si los demás son los consumidores, pero no si son los trabajadores asalariados (los proletarios, en términos marxistas), que trabajan en la empresa para el empresario, a quienes (desde la perspectiva marxista), el empresario (el capitalista, en la jerga marxista), explota necesariamente, siendo esa la causa de sus ganancias, tema que trataré en una próxima ocasión.