Arturo Damm Arnal

¿Proyecto de nación?

PESOS Y CONTRAPESOS

Arturo Damm Arnal*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Arturo Damm Arnal
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Seguramente, muchas personas piensan que, para salir adelante como país, se necesita un proyecto de nación, y que la tarea de cualquier político que busca el voto es la de presentar el suyo.

Un proyecto de nación que, de llegar al poder, llevaría a la práctica, consecuencia de una visión ingenieril de la vida social, resultado, no del orden espontáneo, de las interacciones voluntarias de los ciudadanos, con el único límite de respetar los derechos de los demás, sino del diseño humano, del plan del, como lo llama Adam Smith en La Teoría de los Sentimientos Morales (1759), hombre doctrinario, quien “se imagina que puede organizar a los diferentes miembros de una gran sociedad con la misma desenvoltura con que dispone las piezas en un tablero de ajedrez, (y) no percibe que las piezas del ajedrez carecen de ningún otro principio motriz salvo el que les imprime la mano, y que en el vasto tablero de la sociedad humana cada pieza posee un principio propio, totalmente independiente del que la legislación arbitrariamente elija imponerle”, principio que debe dejarse actuar libremente, con la única condición, va de nuevo, de respetar los derechos de los demás.

No, no se necesita un proyecto de nación, al cual todos, por las buenas (libremente) o por las malas (obligados), deban sumarse, sino una nación en la cual cada quien, respetando los derechos de los demás, sin ningún privilegio gubernamental, y asumiendo el riesgo y la responsabilidad, pueda intentar sacar adelante sus propios proyectos, lo cual da como resultado, en todos los ámbitos de la acción humana (empresarial, educativo, cultural, deportivo, religioso, etc.), la variedad de proyectos, que enriquecen a la sociedad, no la imposición de uno solo, el de quien detenta el poder político para obligar, prohibir y castigar, único proyecto que empobrece. Considérese, por ejemplo, la educación: ¿qué es mejor, un único proyecto educativo o muchos proyectos educativos compitiendo entre sí?

Continúo con Adam Smith: “Para dirigir la visión del estadista puede indudablemente ser necesaria una idea general, e incluso doctrinaria, sobre la perfección de la política y el derecho. Pero el insistir en aplicar, y aplicar completa e inmediatamente y a pesar de cualquier oposición, todo lo que esa idea parezca exigir, equivale con frecuencia a la mayor de las arrogancias. Comporta erigir su propio juicio como norma suprema del bien y el mal. Se le antoja que es el único hombre sabio y valioso en la comunidad y que sus conciudadanos deben acomodarse a él, no él a ellos”.

El único proyecto de nación aceptable, si por ello entendemos aquel al que todos, por las buenas o por las malas, deben sumarse, es el del respeto a los derechos de los demás, mismo que debe exigirse a todos, sin excepción, proyecto de nación que es el de la justicia, la virtud por la cual respetamos los derechos de los demás, lo cual nos da la autoridad ética para exigir que los demás respeten los nuestros, todo lo cual tiene que ver con este principio de conducta, propio del liberalismo: Respetando los derechos de los demás, en pleno ejercicio de tu libertad, haz lo que quieras.

¡Cuidado con quienes, hombres doctrinarios, proponen un proyecto de nación, que es su proyecto de nación, contrario a la libertad individual!