Arturo Damm Arnal

Del salario (3/5)

PESOS Y CONTRAPESOS

Arturo Damm Arnal*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Arturo Damm Arnal
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En el anterior Pesos y Contrapesos afirmé, analizando la pretensión del artículo 123 constitucional de que al trabajador se le pague un salario según las necesidades materiales, sociales y culturales de él y su familia, que el aforismo quien no trabaja no come no es prescriptivo (porque no establece lo que debe ser), sino descriptivo (porque indica lo que es), por lo que no basta tener hambre (necesidad), para disponer de comida (satisfactor), que es resultado del trabajo (producción). Por eso quien no trabaja no come o, precisando el aforismo, si alguien no trabaja nadie come.

No hay manera, cuando de satisfacer las necesidades se trata, de esquivar el trabajo que, y aquí comienza la digresión anunciada en la entrega anterior, puede ser realizado por alguien (una persona) o por algo (un robot), lo cual, si llegara a ser la regla y todo trabajo humano se sustituyera por trabajo robotizado, crearía un problema económico irresoluble.

Para entenderlo hay que tener presente que el problema económico de fondo es la escasez, el hecho de que no todo alcanza para todos, menos en las cantidades que cada uno quisiera, y mucho menos gratis, por lo cual debe determinarse, de alguna manera, qué y cuánto le toca a cada quien. Si todo alcanzara para todos, en las cantidades que cada uno quisiera, y gratis, no habría escasez y la pregunta qué y cuánto le toca a cada quien no tendría sentido, porque a todos les tocaría, gratis, todo lo que quisieran y no habría pobreza. Si no hubiera escasez. Pero la hay y la habrá siempre.

Hoy, salvo cuando hay redistribución del ingreso, voluntaria o gubernamental, el qué y cuánto le toca a cada quien depende del poder adquisitivo de cada cual que, salvo en los casos de que se gane la lotería, se herede o se robe, depende del ingreso generado por cada cual, ingreso que es el producto del trabajo de cada quien.

¿Qué pasaría si todo el trabajo humano se sustituyera por trabajo robotizado, de tal manera que nadie trabajaría y nadie generaría ingreso, por lo que el qué y el cuánto le toca a cada quien ya no podría depender del poder adquisitivo de cada cual? ¿Cómo se determinaría, en tal condición, qué y cuánto le tocaría a cada quien, debiendo tomar en cuenta que la robotización total del trabajo no implicaría, ni la eliminación de la escasez, ni la desaparición de los costos de producción?

Única respuesta posible dada la persistencia de la escasez: lo producido, que no alcanzaría para todos, menos en las cantidades que cada uno quisiera, tendría que repartirse igualitariamente, lo cual dejaría sin resolver el problema del costo de producción que, si ha de mantenerse la producción, deberá cubrirse, para lo cual deberán pagarse precios, para lo cual deberá generarse ingreso, para lo cual deberá tenerse trabajo, mismo que, por la robotización total del mismo, ya no existiría. ¿Qué ocasionaría la robotización de todo el trabajo? Un problema económico sin solución.

Conclusión: no hay manera, cuando de satisfacer las necesidades se trata, de esquivar el trabajo humano, y no tanto por la escasez, sino por el costo de producción.

Hasta aquí esta digresión en torno al tema del salario. En la entrega de mañana retomo el hilo de esta serie, centrando la atención en las dos principales preguntas que plantea el salario mínimo: ¿genera inflación?, ¿ocasiona desempleo?

Continuará.