Arturo Damm Arnal

Del salario mínimo (3/3)

PESOS Y CONTRAPESOS

Arturo Damm Arnal
Arturo Damm Arnal
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El concepto salario mínimo debe entenderse de dos maneras: la de la política económica y la de la política social.

Desde la perspectiva de la política económica el mínimo es un salario impuesto por el gobierno por arriba del salario de equilibrio, por arriba del límite superior de la banda de fluctuación del mismo, que aumenta la oferta de trabajo de parte de los trabajadores y reduce su demanda de parte de los empleadores, perjudicando a los trabajadores que, dispuestos a trabajar por ese salario, no encuentran empleo.

Desde la perspectiva de la política social el mínimo es un salario que se considera suficiente para que, como lo dice al artículo 123 constitucional, el trabajador y su familia satisfagan sus necesidades normales en el orden material, social y cultural, y para proveer la educación obligatoria de los hijos, salario mínimo que bien puede estar dentro de los límites de la banda de fluctuación, por lo que su imposición y aumentos, mientras se mantengan dentro de los límites de la banda, no generan desempleo, salario mínimo que, también, puede no ser suficiente para lograr lo que, según el 123 constitucional, debe lograr, tal y como sucede en México: con un salario mínimo diario de 312.41 pesos no pueden satisfacerse las necesidades normales del trabajador y su familia. En junio pasado, según datos del INEGI, el 34.7 por ciento de la población ocupada, uno de cada tres, percibió hasta un salario mínimo.

Lo que dice el artículo 123 constitucional es que al trabajador debe pagársele según sus necesidades, lo cual es deseable pero imposible. Ojalá a cada uno pudiera pagársele según sus necesidades. Se acabaría con la pobreza. Pero, si fuera posible, y se nos pagara según nuestras necesidades, y no nuestro trabajo, ¿para qué seguir trabajando? Lo que afirma el 123 constitucional es un despropósito, no porque la intención sea mala, sino porque en la práctica resulta imposible y, si fuera posible, resultaría contraproducente porque, si a cada quien se le pagara según sus necesidades, cada cual dejaría de trabajar, dejarían de producirse bienes y servicios, de generarse ingresos, con todas las consecuencias, fácilmente imaginables, que ello traería consigo.

Supongamos que el gobierno decide que ya es hora de que a todos se les pague según sus necesidades, y que para hacerlo recurre, por medio del banco central, a la producción de dinero, dándole a cada quien la cantidad que cada cual considera suficiente para satisfacer sus necesidades. ¿Quién seguiría trabajando? ¿Quién seguiría produciendo bienes y servicios? Nadie, con todas las consecuencias, fácilmente imaginables, que ello ocasionaría.

¿De dónde sale la idea de pagarle al trabajador según sus necesidades? No lo sé, pero probablemente de la afirmación de Marx y Engels de que, en el comunismo, cada quien aportaría según su capacidad y recibiría según su necesidad, lo cual no funciona porque, si me van a dar según mi necesidad, para que aporto según mi capacidad. Y si voluntariamente no aporto, entonces tienen que obligarme a hacerlo. Por donde se le vea el comunismo desemboca en la violación de derechos.

El caso es que, en México, el salario mínimo dista mucho de cumplir con lo que, según el artículo 123 constitucional, debe cumplir. Y seguirá distando.