De acuerdo con el consenso de la más reciente encuesta Citibanamex, los especialistas financieros siguen apuntando a un proceso de menor inflación hacia el final del año que posiblemente alcance un incremento anual de los precios al consumidor de 5.3%.
Estimaciones del crecimiento del INPC para febrero y marzo de la misma encuesta señalan claramente que estamos en el comienzo de la desaceleración de la inflación. En este sentido, el consenso apunta a que la inflación general anual descendería desde 7.91% en enero (dato observado) hasta 7.22% en marzo. Más importante aún, la inflación subyacente —75% del INPC y el componente más relevante para evaluar la trayectoria de la inflación—, mostraría un drástico ajuste a la baja de hasta 8.14% en marzo desde 8.45% en enero.
De ser correctos estos pronósticos, su lectura y/o interpretación no exime los elementos de preocupación, es decir, siguen latentes los riesgos asociados a un repunte inflacionario. Especialmente los derivados de un aumento súbito de los precios internacionales de commodities, particularmente de energía y alimentos que podrían ser desatados por tensiones geopolíticas mundiales.
Afortunadamente, estos riesgos parecen estar estabilizados y, más bien, prevalecen los riesgos de la inflación a la baja como son la fortaleza del peso frente al dólar, la persistencia de la política pública de no incrementar los precios reales del gas y las gasolinas, y la expectativa de menor crecimiento.
En paralelo, es claro ver que las causas que dieron origen a la inflación galopante en México y en el mundo han ido cediendo paulatinamente. Me refiero al restablecimiento de las cadenas globales de distribución, a la mayor estabilidad de los precios del petróleo y a la abrupta caída de los fletes internacionales. Todos estos factores apoyan de manera firme la expectativa de que la inflación va a bajar a partir de febrero y durante lo que resta del año, e incluso en el 2024.
Desafortunadamente, a pesar de que las causas que dieron origen al componente importado de la inflación han cedido casi por completo y no parece haber restricciones importantes de la oferta en los principales segmentos productivos, las expectativas de inflación no paran en su impulso al alza. El pronóstico del consenso para finales de este año ya acumula cuatro alzas consecutivas desde 5% hasta 5.3%.
Ello significa que los riesgos internos se incrementan. Considero que los principales están en la subyacente de servicios donde algunos sectores -como los ligados al turismo- enfrentan ya un problema de demanda después de un letargo considerable en la formación de precios promovido por la pandemia.
Estamos en consecuencia, ante una perspectiva con sesgo favorable, pero no deben desestimarse los riesgos. La inflación en los últimos dos años ha promovido importantes distorsiones en la estructura del gasto de la población, e incluso, a pesar del aumento del salario real, hay pérdidas sustanciales en la calidad del consumo por el vigoroso incremento de los precios de los alimentos que generaron menor bienestar (ahora la gente gasta más en alimentos que en bienes duraderos).
Recuperar el terreno perdido requerirá de mayores esfuerzos tendientes a aumentar la productividad tal que permita un aumento sostenible en el largo plazo de las remuneraciones.