Parecía que durante la segunda mitad del año pasado la recuperación de la economía caminaba paulatinamente, pero de manera firme. El crecimiento económico —medido con el Indicador Global de la Actividad Económica— después de registrar sendas caídas históricas mayores al 20% durante abril y mayo, ha venido mostrando un freno al deterioro con una reducción en diciembre ya mucho menor de sólo -2.7%.
Como hemos comentado en este espacio, esta recuperación ha venido siendo impulsada principalmente por el arrastre que tiene la reactivación de la economía de Estados Unidos sobre la mexicana. Nuestras exportaciones no petroleras fungieron como la principal fuente de crecimiento durante la segunda mitad del año, que incluso, lograron superar el nivel previo a la pandemia.
En menor medida está la reactivación del consumo de las familias, apoyada por el crecimiento de los salarios reales, las remesas y la recuperación del empleo. No obstante, su nivel continúa muy por debajo del año pasado; a noviembre, datos del Inegi reportan una caída de 6.6% anual (después de haber caído 24% en mayo).
La reactivación del consumo ha sido muy lenta, algunos segmentos todavía se encuentran muy rezagados y, en algunos casos, al borde del colapso, como los servicios turísticos y de entretenimiento y restaurantes. Las ventas en algunos establecimientos departamentales y las ventas de automóviles que no reportan todavía una sana mejoría.
Sumado a esta recuperación heterogénea y débil vista en la segunda mitad de 2020, se encuentra una desaceleración de la trayectoria económica en la primera parte de este año. Desafortunadamente, el fuerte incremento de la pandemia durante enero y la primera parte de febrero implicó un freno a la producción mundial y de México. Indicadores del primer mes del año ya dan cuenta de este retroceso. La ANTAD reportó una caída de las ventas de sus asociados, las exportaciones también cayeron, de acuerdo con la última Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, el personal ocupado mostró una pérdida de casi 880 mil puestos de trabajo respecto a diciembre.
Este mal desempeño de la economía mexicana permite suponer que durante el primer trimestre del año el PIB podría mostrar una caída respecto al cierre del 2020. Una pausa en la trayectoria de recuperación que seguramente acentúa las preocupaciones que finalmente puede afectar todavía más las decisiones de inversión privada.
Es en este punto donde los factores coyunturales confluyen con la problemática estructural de nuestra economía. A la fecha, la falta de crecimiento en la inversión (en noviembre se redujo 11.3% anual) es el elemento de mayor preocupación que no solo impide una recuperación de corto plazo, sino que también afecta la productividad y el crecimiento en el largo plazo.
Si bien los malos resultados de principio de año no anulan una recuperación para todo el 2021, esta no puede fincarse de manera sólida sin una mayor inversión privada. A la fecha, la falta de expectativas claras que promuevan un ambiente propicio para la inversión constituye el principal freno al crecimiento. De no corregirse, la inversión continuará rezagada imponiendo una menor capacidad de producción y un freno al crecimiento.