Alienígenas falsos y otros embustes

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Bernardo Bolaños*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

No deberíamos acostumbrarnos a ver en el Congreso eventos con supuestos cadáveres de extraterrestres provenientes de Perú, cuando arqueólogos de varios países han exhibido que son muñecos fabricados con huesos y fibras, unidos con pegamento.

Como ha señalado el Instituto de Astronomía de la UNAM: “Hasta la fecha no hay ningún reporte observacional o experimental que ofrezca evidencias de vida fuera de la Tierra o de visitas de civilizaciones de otros mundos”.

Quienes contribuyeron a ensuciar así la dignidad del recinto legislativo, ya están recibiendo la burla internacional, atizada por el morbo de millones de espectadores que consumen historias fuera de lo normal aunque sean ridículas. El público francés y cartesiano que se entere del caso despreciará a los políticos mexicanos por ignorantes o manipuladores, el inversionista americano se preguntará si en México todo puede ser comprado (incluso la verdad), y el ciudadano mexicano pasará de la sonrisa inicial a la indignación.

En realidad, deberíamos hacer una lista más larga de todas las ocurrencias, montajes, vicios y mañas que nos indignaron recientemente y que no podemos permitir que se queden en la vida pública, provengan del partido del que provengan, sea cual sea el personaje que las idee.

Marcelo Ebrard rechazó recientemente, en conferencia de prensa, que tomen carta de naturalización la utilización de programas sociales, la intervención de gobernadores y alcaldes, así como que se obligue a los miembros de sindicatos a que asistan a eventos partidistas. ¿Cómo no coincidir? Pero sin olvidar que la derrota no le da a ningún político superioridad moral.

No somos tontos para creer patrañas sobre alienígenas preservados en vitrinas, ni en la santidad de políticos en desgracia, ni en la inocencia de aumentos al déficit público durante año electoral. Se trata de no permitir que nuestra democracia se convierta en un circo y en una arena donde nos pastoreen. Se trata, mínimo, de no perder la capacidad de indignarnos.

No nos acostumbremos a que los órganos autónomos los presidan militantes de partidos (de la ideología que sea) y que, una vez funcionarios esas personas, se dediquen a empujar sus agendas (otorgando contratos sin licitación, tolerando propaganda electoral prohibida, modificando las encuestas nacionales de ingresos para subestimar cifras de pobreza, etcétera).

No podemos dejar que se consoliden sin crítica reformas educativas que pretenden que los niños apliquen matemáticas que nunca han estudiado e historia secuestrada por la ideología. Pero sería todavía peor convertirnos en salvajes que queman libros.

No hay que rendirse ante las chicanadas jurídicas que impiden a los tribunales castigar a servidores públicos con influencias, que han plagiado sus títulos o que han desviado recursos públicos.

Y, desde luego, tampoco hay que resignarse, por difícil que sea, ante el crecimiento del crimen organizado. Decirlo no basta, pero indignarnos es el primer paso para no doblar las manos y aceptar vivir como súbditos de fuerzas oscuras y podridas. Los demás pasos exigen de nosotros valentía e imaginación.

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