D e las decisiones de la COP 27, lo más relevante es el “Plan de implementación de Sharm el-Sheikh”. Éste contiene el siguiente e importante párrafo sobre movilidad humana: “La Conferencia de las partes [...] observa con profunda preocupación, según información de las contribuciones de los Grupos de Trabajo II y III al Sexto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), la creciente gravedad, alcance y frecuencia, en todas las regiones, de pérdidas y daños asociados a los efectos adversos del cambio climático.
Los cuales provocan pérdidas económicas y no económicas devastadoras, incluido el desplazamiento forzado y los impactos en el patrimonio cultural, la movilidad humana, las vidas y en los medios de subsistencia de las comunidades locales, asimismo subraya la importancia de una respuesta adecuada y eficaz a las pérdidas y los daños”.
También destaca de la COP 27 la decisión de poner por fin en funcionamiento la llamada “Red de Santiago para pérdidas y daños”. Dicha red conectará a países en vías de desarrollo que sean especialmente vulnerables al cambio climático con proveedores de asistencia técnica, conocimientos y recursos que sean necesarios para abordar riesgos climáticos, de tal manera que se evite, minimice y cubran pérdidas y daños.
Los logros tienen sabor agridulce porque parecen el reconocimiento implícito del fracaso de la mitigación del calentamiento global por abajo de 1.5 °C. No es una coincidencia que, ante la certeza de la desaparición de algunas islas y zonas costeras, la comunidad internacional acuerde cierta ayuda a los desplazados más pobres. Si alcanza, se apoyará también a estados inundados, como Bangladesh, o desertificados, como Sudán. ¿Y a los países de América Latina que, tras sufrir de huracanes y sequías, han visto fortalecerse el crimen organizado oportunista que despoja de su territorio a los damnificados? Será difícil convencer al mundo de que pague por efectos indirectos, como ése, máxime cuando todos los países aducen sus propias dolencias: deshielo de las altas montañas, extinción de animales del frío (desde llamas hasta alces), incendios forestales, tormentas eléctricas de nieve (es decir, más nieve ahí donde los lagos ya no se congelan y el aire es más húmedo), entre otros desastres.
Para evitar la ecoansiedad, veremos campañas para experimentar el duelo y generar resignación. En museos de ciencia y libros de texto se enseñará a los niños que antes el planeta también se calentó, que en el jurásico temprano había dinosaurios y bosques en lo que hoy es la Antártida. De acuerdo, sólo que el cambio climático hoy es veloz y no amenaza a dinosaurios. Urge enseñarle a los niños más ciencia y menos propaganda. Necesitamos que aprendan física y química, en vez de que los líderes populistas traten de abolir las asignaturas clásicas y sermoneen a la infancia con narrativas sobre caudillos políticos y supuestas revoluciones sociales. La transformación que necesitábamos no se logró.