Que México no sería una democracia sino supuestamente un régimen híbrido, dice el índice de democracia de la unidad de inteligencia de The Economist (EIU). Después de un régimen híbrido sólo queda uno autoritario (donde están Cuba, Venezuela y Nicaragua).
En contra de esa clasificación, la popularidad del Presidente López Obrador es evidencia de legitimidad democrática, asegura Jorge Zepeda Patterson. No hay agotamiento de la democracia cuando “por primera vez en muchos años 60% o más de la población asume que el Gobierno está encabezado por alguien que habla y actúa en función de sus intereses”, escribe el periodista y novelista.
Pero el índice EIU no tiene indicadores ad hoc contra México, no hay un complot contra nosotros (no somos tan importantes), sino que por diversas razones hemos ido embonando en la categoría de “régimen híbrido” de su escala. Se trata de sesenta criterios relacionados con elecciones, participación y cultura políticas, libertades y funcionamiento del Gobierno. Entre ellos, un país recibe calificación negativa por la militarización de actividades civiles, el debilitamiento del árbitro electoral, asesinatos de periodistas y débil Estado de derecho (impunidad). Bingo, todas nuestras debilidades. Más que por “la exportación del odio” de la que escribe Zepeda Patterson, muchos extranjeros nos colocan donde nos colocan siguiendo criterios objetivos.
El canciller Marcelo Ebrard ha rechazado antes, a nombre del Estado mexicano, las críticas de la revista The Economist. Paradójicamente, ahora podría necesitar los argumentos que antes refutó. Poco antes de que anunciara su renuncia a la SRE para competir por la candidatura de Morena, el dirigente de Movimiento Ciudadano, Dante Delgado, afirmaba la amistad de su partido con él y con el senador Ricardo Monreal. Las redes sociales hirvieron con rumores.
Si Ebrard se ve obligado a navegar contra corriente en Morena, su narrativa necesitará argumentos de teoría democrática. Hace apenas un año, las encuestas no lo colocaban atrás en la competencia por la candidatura presidencial. Y nadie puede olvidar la condena de entonces que hizo la autoridad electoral que dirigía Lorenzo Córdova a los actos de promoción de las corcholatas.
La metáfora de la corcholata no proviene de Dinamarca ni de Suiza. Es una transformación de otra de los tiempos del partido único. Ya no “tapados”, sino aspirantes a destapar. En todo caso, aun suponiendo que no viviéramos bajo un “régimen híbrido”, es una anomalía de la competencia electoral que ni la oposición, ni todos los aspirantes de Morena contaran con los mismos recursos y oportunidad de promoción. No es casual que Porfirio Muñoz Ledo haya propuesto a Ebrard y a Monreal crear una nueva Corriente Democrática, como la que dividió al partido hegemónico en 1988.
Todavía es temprano para saber lo que ocurrirá. También es posible que el tipo de legitimidad democrática, de la que habla Zepeda Patterson, entierre bajo cifras contundentes de apoyo popular los reparos de los observadores europeos.