Foucault, cancelado

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños
Bernardo Bolaños Foto: larazondemexico

El teórico más citado de las Humanidades, el filósofo del poder y de la sexualidad, Michel Foucault, es acusado póstumamente de haber sido un pedófilo y un turista sexual. Su compatriota, Guy Sorman, afirma que Foucault pagaba a niños en Túnez para tener sexo, a finales de los años sesenta. Éstos tendrían entre ocho y diez años y Foucault supuestamente los citaba en el cementerio local.

Las declaraciones no causaron gran escándalo en Francia cuando Sorman reveló estos presuntos hechos en la televisión a mediados de marzo. Pero provocaron una ola de indignación cuando aparecieron en la prensa británica. Pronto se comenzó a discutir en las redes sociales si Foucault debía ser “cancelado”, es decir, que su obra fuera conscientemente ignorada, excluida, borrada. Pero muchos se burlan y creen que ningunearla es imposible.

Las acusaciones de Sorman resuenan en mi cerebro junto a pasajes de los libros de Foucault que adquieren repentinamente un significado nuevo y perverso. Y es que se trata de un autor que me acompaña desde los 17 años, cuando me lo recomendaron en un taller literario: “Los manicomios no siempre existieron —me dijo una joven escritora—, en el Renacimento los enfermos mentales iban de puerto en puerto en la nave de los locos, la Stultifera Navis ¡tienes que leer a Foucault!”. Esa extraña noticia, llena de misterio y de bloof, de inexactitud y de simbolismo, era una promesa de sabiduría y de erudición. Compré los dos tomos de la Historia de la locura en la época clásica. No entendí todo. Pero acepté el argumento general, presente también en otros libros de Foucault, de que en la modernidad vivimos un gran encierro desde niños, en las escuelas, luego en fábricas y oficinas, en cárceles y cuarteles. Gracias a esos anteojos foucaultianos escribí mi primer libro: El derecho a la educación, de 1996.

Dejé descansar al filósofo francés cuando aprendí filosofía analítica: lógica y admiración por las ciencias físico-matemáticas. Pero Foucault volvió a ser un salvavidas cuando me pidieron, en la universidad, entrar al tema del derecho y la migración. Las fronteras son tecnologías de poder para controlar a los cuerpos y a las poblaciones.

Pensar que Foucault pagaba a niños árabes para tener relaciones sexuales en un cementerio, me ha puesto en shock. Tanto he hurgado en su obra que puedo citar sus pasajes críticos del colonialismo. O que yo interpretaba así. Foucault compara a las colonias europeas en América y África con burdeles. ¡Lo hace en 1967, cuando estaba en Túnez! Jamás pensé que esa descripción pudiera ser neutra, autobiográfica, en vez de condenatoria. Lo hace cuando alude a los camposantos como “lugares otros”, heterotopías, lugares fuera de todo lugar. Colonias-burdeles-cementerios. Confieso que escribo esto temblando por el crisol de emociones negativas que me invaden: tristeza, rabia, decepción, asco. Ojalá que Guy Sorman mintiera.

Aún no sé si voy a cancelar a Foucault o a confrontarlo. Releerlo me costaría trabajo.

Temas: