Hernán Cortés y la ciencia renacentista

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños
Bernardo Bolaños Foto: larazondemexico

Los restos de Hernán Cortés se encuentran olvidados en la Ciudad de México, en la Parroquia de Jesús Nazareno. Ni sus fans, ni sus detractores parecen notarlo. ¡Y Cortés pensaba que llegaría a ser más famoso que Alejandro Magno y Julio César! No tuvo como ellos un gran ejército invasor que lo acompañara y creía que su audacia, perpetuada en la frase “quemar las naves”, le garantizaría la gloria.

Pero además de la indignación que nos causan las matanzas durante sus campañas y la explotación humana en sus haciendas azucareras, hoy la pandemia de Covid-19 ha arruinado las series de televisión sobre el quinto centenario de su incursión.

El Renacimiento europeo contribuyó a la conquista de Mesoamérica más allá de la superioridad armamentista que reconocían los indígenas (“traían armas aventajadas y muy fuertes de hierro blanco”, dijo uno). Cuando Díaz del Castillo y Muñoz Camargo aluden a la terrible matanza de Cholula, dicen que los mexicanos y cholultecas consultaron a Huitzilopochtli y Quetzalcóatl y éstos les habían prometido, respectivamente, la victoria. Por su parte, los españoles, aunque también religiosos y supersticiosos, estaban entrenados en la indagación judicial, frecuentemente cruel pues recurría a la tortura. Cuentan que buscaron varios testimonios y observaciones de que los cholultecas les tendían una emboscada. Más allá de observación y rumores (zanjas con estacas en las calles de Cholula para matar a sus caballos, miles de soldados apostados en el camino a Tenochtitlán, un supuesto tambor de oro enviado por Moctezuma para recompensar anticipadamente a los conjurados), los españoles recabaron testimonios de sacerdotes y de una mujer. También dice Bernal que, tras haber consumado la masacre, corrió el rumor entre los indígenas de que los invasores leían el pensamiento.

En La verdad y las formas jurídicas, el filósofo francés Michel Foucault contrasta las ordalías (consultar al oráculo de Delfos o a los dioses germánicos o mesoamericanos) con la indagación (entrevistar a testigos, gente del pueblo, y obtener confesiones). La práctica jurídica de indagar con testigos no era universal, ni automática, ni natural; había nacido en la Grecia clásica y renació... con el Renacimiento. Foucault lo ejemplifica con la tragedia de Edipo, de Sófocles, donde también se recoge el testimonio de gente ordinaria (pastores) para probar la identidad del rey.

Hernán Cortés era crédulo y prejuicioso (por ejemplo, rogaba a los totonacos prohibir la prostitución masculina). Pero indagaba. Por eso los mesoamericanos creyeron que los invasores adivinaban las intenciones de los otros.

Estar de acuerdo con Foucault no significa negar la barbarie de la tortura practicada por los españoles, ni creer que los indígenas estaban “atrasados”. Su ciencia agroecológica alimentaba a cientos de miles de bocas. El imperio mexica tenía informantes y vigías. En muchos ámbitos, los pueblos originarios eran más progresistas y racionales que los españoles. Pero no practicaban el mismo tipo de indagación judicial que éstos.

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