Bernardo Bolaños

Marx, libros de texto y becas de posgrado

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Bernardo Bolaños
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Corren riesgo las becas de posgrados en diseño, comunicación, administración, relaciones internacionales o economía porque son “profesionalizantes”, no de investigación.

¿Programas de maestría y doctorado “profesionalizantes” forman necesariamente a profesionistas bien pagados que, por lo tanto, deban pagar sus estudios? El criterio es discutible porque incluso los científicos dedicados a la investigación básica, cuando son brillantes, suelen ser cortejados por las empresas. Jóvenes filósofos son reclutados por compañías de nuevas tecnologías para pensar cómo alinear la inteligencia artificial a los valores humanos; matemáticos son invitados a bancos; geólogos son codiciados por las mineras, biólogos moleculares pueden acabar trabajando dentro de una farmacéutica.

Y, a la inversa, quien estudia un posgrado “profesionalizante” probablemente terminará haciendo investigación y dando clases. Hay una discriminación a los colegas que, desde esas disciplinas, tendrán que pagar sus estudios para dedicarse a lo mismo a que nos dedicamos los demás investigadores.

Tanto en el caso de estos cambios de Conahcyt a los posgrados como en el de los libros de texto gratuitos hay una intención de no subsidiar a empresas privadas, ni a futuros profesionistas privados. Se dice que los libros de texto no tienen por qué servir a formar “recursos humanos” desde la educación básica y, en cambio, que el Estado sí debe contribuir a formar futuros investigadores antes que economistas de la IP, administradores de empresas o diseñadores al servicio de la industria.

Karl Marx pensaba diferente. En su Crítica del programa de Gotha se lanza contra las intuiciones estereotipadas de los izquierdistas de su tiempo que pretendían “educación popular igual”. Marx apoyaba decididamente la educación técnica y rechazaba las becas universales que ofrecían gratuidad a quienes podían pagar. Pensaba que, en nuestras sociedades capitalistas, es muy difícil que el Estado pueda neutralizar su sesgo de clase con supuestas políticas educativas progresistas. Por eso escribe: “Lo que hay que hacer es más bien substraer la escuela a toda influencia por parte del gobierno”.

A diferencia de un enfoque inspirado en Kant, que ve al niño como “un fin en sí mismo”, Marx antepone el carácter social del ser humano. Somos fines tanto como medios para el bienestar de los demás. La escuela debe desarrollar todas las facultades del niño, incluidas habilidades prácticas que en el futuro servirán para el trabajo. El riesgo de hacer a un lado contenidos “técnicos” y “profesionalizantes” es extinguir al pequeño trabajador que todos deberíamos llevar dentro y, además, sin que por hacerlo se logre mejorar la situación material de los estudiantes (y sí convirtiéndolos, quizá, en futuros desempleados o en “lumpen”).

Si Marx expresaba escepticismo sobre algunas propuestas educativas izquierdistas y enfatizaba el papel de la educación técnica era por su desconfianza a obstruir el avance de las fuerzas productivas. Esta perspectiva se alineaba con sus puntos de vista más amplios sobre el materialismo histórico y la relación entre educación y cambio social.