Gerardo Fernández Noroña “es el mejor parlamentario de nuestro movimiento”, dicen mis amigos obradoristas que ahora me envían una filípica del diputado en defensa de la reforma judicial.
En su intervención, el próximo presidente del Senado recuerda que en el siglo XIX se eligió a ministros de la Corte tan brillantes como Juárez o El Nigromante; les grita a los opositores “apátridas” y “traidores a los intereses del pueblo” por coincidir con la posición del embajador de Estados Unidos y se burla de que no aguanten la “medicina” que son sus discursos.
Extasiados por sus palabras, mis amigos olvidan que las elecciones que se pretende llevar a cabo no reemplazarán solamente a los ministros de la Corte, sino a miles de jueces y magistrados.
Noroña ha apoyado durante años a los gobiernos chavistas de Venezuela, donde ha ocurrido la mayor diáspora del siglo, 20% de exiliados (casi 8 millones) por pobreza e híper inflación. Ésa es la parte en la que su discurso sobre la búsqueda del bienestar del pueblo entra en tensión con los hechos. Claro, las sanciones estadounidenses (particularmente de Trump) contribuyeron a la crisis humanitaria que vive Venezuela, pero ésta inició antes, con la caída del precio del petróleo y se agudizó cuando el gobierno venezolano declaró la cesación de pagos. En todo caso, es y seguirá siendo tramposo invocar en el discurso el bienestar del pueblo, pero ignorar el hecho duro del sufrimiento del pueblo. Y absurdo defender un sistema en nombre de la felicidad de la gente cuando en los hechos éste acaba generando lo contrario.
¿Podemos negar el posible sufrimiento del pueblo mexicano si el enfrentamiento actual desencadenado por la reforma al Poder Judicial se agrava? Nuestra economía no es la venezolana, tan dependiente de los precios del petróleo, pero es claro que la pérdida del grado de inversión significaría un golpe brutal a las finanzas públicas, las mismas que pagan salud y educación, programas sociales y becas, Guardia Nacional y policías, entre otros servicios esenciales.
Quienes sí son apátridas son los mercados. Hoy, podemos visitar siderúrgicas en ruinas en Pittsburgh, Pensilvania; oxidadas, enmohecidas, refugio de animales silvestres, de toxicómanos y forajidos. Apenas dos o tres generaciones de obreros estadounidenses en esa región gozaron del bienestar que les dio la lucha sindical. Luego la industria fue relocalizada en diferentes partes del mundo.
Sí, el capitalismo es cruel. No hay duda de que los inversionistas no se tocan el corazón ni cuando se trata de Venezuela, ni siendo México, ni en su propio país. El camino, desde luego, no debe ser tratar de complacer en todo a los mercados, como predica Javier Milei. Se deben defender los intereses populares, pero más allá de filípicas en el Congreso y en las redes. Es traición a los intereses del pueblo sacrificar su bienestar en nombre de un “bienestar” en el discurso.
Pienso que los sindicalistas de Pittsburgh nunca se arrepentirán de haber luchado por sus familias, ¿pero nos perdonarían los trabajadores mexicanos si sacrificamos su prosperidad en el altar de la ocurrencia y la venganza barata?