“Ucrania definitivamente no será lo que quería ser al principio. Es imposible” declaró el presidente Volodímir Zelensky, en abril, a la prensa ucraniana. Explicó que, al terminar la guerra con Rusia, la seguridad será el principal problema de su país, que habrá gente con armas y fuerzas armadas en todas las instituciones, supermercados y cines, parecido a como ocurre en Israel.
Con pesimismo, el famoso comediante convertido en presidente reconoció que Ucrania no podrá ser completamente liberal y europea; pero, también con optimismo, dijo que se levantaría gracias a la fuerza de cada casa, de cada edificio y de cada persona y que no caería en el autoritarismo porque “un estado autoritario perdería ante Rusia y la gente sabe por lo que está luchando.”
En México, tras los resultados en seguridad de los gobiernos del PAN, PRI y Morena, debemos preguntarnos si México debe seguir las rutas de Israel y Ucrania, es decir, la militarización de la vida social. Aunque la respuesta sea negativa, pues no todo nuestro país se encuentra con problemas de control territorial, como alertaron los rectores de las universidades jesuitas, quizás sí sea tiempo de reconocer que lo que un día soñamos ser, no se podrá tal cual en el mediano plazo. Aquí nos tocó vivir, “tan lejos de Dios...”. Nuestra geografía fue durante décadas la principal causa del crecimiento del crimen organizado. Hoy ya muchas drogas no son negocio, porque se producen localmente en Estados Unidos o han sido reemplazadas por el fentanilo, pero la frontera norte sigue siendo un factor para explicar la oferta de armas.
La importancia de este último hecho es enorme. Imaginemos que los jóvenes desequilibrados que dispararon recientemente en Uvalde y Highland Park vivieran en México. Aparte de matar niños y adultos al azar, seguirían libres. Pensamos que la disponibilidad de armas es una gran tragedia para Estados Unidos, pero a ella se suma la impunidad en nuestro país. Los delincuentes aquí no tienen problema para conseguir rifles y pistolas, pero además casi no son detenidos.
Algunas investigaciones académicas apuntan que los homicidios han aumentado no sólo directamente por la impunidad, sino indirectamente; es decir que, ante la frustración de un sistema penal que no detiene a los criminales, las víctimas buscan por fuera de la ley que se elimine a los agresores. Como dice el testimonio de un sacerdote, incluso hay jóvenes a los que ya no los quiere de regreso su familia, que el Estado no detiene y, en últimas, son entregados a los sicarios para ser sacrificados. Incluso algunos policías que saben que muchos homicidas no serán sentenciados, presuntamente recibirían dinero para ejecutarlos.
Seguramente no lograremos vivir como en Suiza en los próximos años. Resignémonos. Pero podemos y debemos reducir la impunidad. El Estado tiene la obligación de perseguir a los responsables de delitos y la Guardia Nacional debe respaldar a las autoridades allí donde esa función se ha interrumpido.