El paro

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Bernardo Bolaños
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

México ya vivía el caos paraestatal, ahora tenemos también el caos estatal. Sufríamos la violencia de bandas criminales, ahora también el enfrentamiento abierto entre poderes de la unión, la parálisis de procesos judiciales y la incertidumbre económica.

No voy a caer en el maniqueísmo de señalar a un solo responsable, pues si bien la iniciativa presidencial de reforma al Poder Judicial fue la gota que desató el paro, el enfrentamiento tiene seis años desde que ministros, magistrados y jueces juzgaron que pueden ganar más que el Presidente. Insolencia. Abuso. ¿O acaso es normal que los juzgadores ganen más que el titular del Ejecutivo, electo popularmente? ¿Y más que jueces ingleses y estadounidenses, a pesar de la diferencia en el costo de la vida? ¿Se sienten paridos por la diosa Temis?

Pero los juzgadores nunca imaginaron que AMLO conseguiría operar una elección que, prácticamente, le dio la mayoría calificada a su movimiento para reformar la Constitución.

Tiene razón Federico Anaya, abogado morenista, al evocar a Montesquieu como ideólogo implícito del movimiento de jueces. Federico se pregunta en Rompeviento TV si los jueces son un poder sólo porque lo dice el Barón de Montesquieu. Este ilustrado francés introdujo el concepto de “voluntad general”, pero lo hizo para advertir de la necesidad de acotarla, mediante la división de poderes, mediante los jueces, como ocurría en Inglaterra. Luego vino Rousseau a retomar el concepto de “voluntad general”, pero esta vez como ideal.

Y aquí seguimos, dos siglos y medio después, entre los jueces paristas, montesquianos, y el Presidente saliente, rousseauniano. No por nada AMLO declaró que cuando los paristas invocan la división de poderes es, cree él, demagogia. Como si el derecho constitucional moderno sólo sirviera para burlar la soberanía popular. Pero las dos partes harían bien en salir de posiciones tan simples y conocer el pensamiento de los autores que los respaldan sin saberlo.

Montesquieu leía historia política y escribió que a la democracia popular se oponen los gobiernos controlados por los patricios. Y reconocía que, a veces, se obtienen mayorías suficientes para instaurar legítimamente la primera. Pero también sabía que la voluntad general, por caudalosa que sea, necesita de un lecho que la conduzca. De otro modo es una fuerza autodestructiva. ¿Cuántas revoluciones han devorado el bienestar del pueblo, lanzándolo a los brazos de la oligarquía que recupera una macroeconomía sana?

Rousseau, por su parte, es el filósofo de la democracia directa, de la democracia participativa. Ensalza la voluntad general. Cree que hay que consultar al pueblo, pero no es tan idiota como para recomendar que éste vote sobre cualquier tema, sobre especificidades técnicas que se le escapan. La voluntad general trata de temas generales, de grandes principios. Como sabía Rousseau, al pueblo lo engañan los oligarcas o los demagogos. En México, ya sabemos lo que significa que la gente vaya a votar con una lista que le dicte el líder o la publicidad del gran empresario.

Señores jueces y políticos 4T: ¡Negocien, no se lleven al país entre las patas!