Tomar el Popocatépetl con filosofía

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Bernardo Bolaños*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Hace 29 años, en concreto el 21 de diciembre de 1994, don Goyo despertó después de 70 años de descanso. Desde entonces nos ha dado varios sustos. En estos días está nuevamente en erupción ligera. “No es que estemos tranquilos, porque hay que actuar. Pero tampoco entremos en pánico”, resume Aurelio Fernández, de la BUAP. Hay signos que nos avisarían si viniera una explosión dramática.

El Popocatépetl nos está echando su humo en la cara, como un señor poderoso y amenazante. Hay que prepararse para alejarse si se pone violento, pero sin perder la calma. La contingencia que enfrentamos nos pide una actitud solidaria y ecuánime con los afectados directos. Según los filósofos estoicos, es importante cambiar lo que podemos cambiar, asumir nuestras responsabilidades, pero también dominar nuestras emociones, aceptar las leyes de la naturaleza y desarrollar un carácter imperturbable ante lo que tenga que pasar.

No es inevitable una erupción mayor del Popocatépetl, pero, si aparecen señales de que ésta va a ocurrir, sería inevitable evacuar a algunas poblaciones, incluidos los refractarios que temen dejar sola su casa o dudan de la ciencia.

Marco Aurelio, estoico que llegó a emperador, sugirió que no nos dejemos arrastrar por los accidentes exteriores (en este caso, ver todos los días los mismos comentarios sobre el Popo), que rescatemos tiempo libre para hacer algo de provecho, en vez de girar como trompos en torno a nuestras preocupaciones. Epicteto, estoico y esclavo, dijo que “si tratamos de adaptar nuestra mente a la secuencia regular de cambios y aceptamos lo inevitable de buena gana, entonces nuestra vida se desarrollará sin problemas y en armonía”.

Es más fácil decirlo que hacerlo, pero se puede intentar. Más aún, podemos ir más allá y tratar de ver los aspectos positivos de lo inevitable, si los hay. Aparte de habernos dado durante siglos piedras volcánicas para hacer molcajetes, el Popo podría contribuir a mitigar el calentamiento global. Los volcanes han jugado siempre un papel importante en la modulación de la variabilidad climática. La ceniza en el aire enfría al planeta al liberar aerosoles que reflejen parte de la luz solar lejos de la superficie de la Tierra. Por ejemplo, en el siglo VI, la erupción de dos volcanes cubrió la luz solar por 18 meses, enfriando así la atmósfera. Pero en esa época no necesitábamos frío y miles de quienes vivían en el extremo norte murieron. Su pena quedó plasmada en el mito de Ragnarök.

Hoy, sí nos viene bien enfriar al planeta, aunque nadie se lo haya pedido a don Goyo (espero que ninguna idiota teoría del complot culpe al IPCC de la ONU de despertarlo). Por suerte, también contamos con herramientas de las que no disponían en Pompeya en el año 79. Podemos predecir con mayor precisión las erupciones volcánicas y dar tiempo a las evacuaciones: niveles de sismicidad y magnetismo, cantidad de gases, composición de la ceniza, etc. La UNAM y el Cenapred reciben tres mil datos de la situación del Popocatépetl por segundo. Serenidad y paciencia.

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