“Hemos pedido mucho a los maestros, a esos padres de alumnos que tuvieron que adaptarse urgentemente cuando de repente cerraba un salón de clase. También hemos pedido mucho a nuestros niños y jóvenes estudiantes. Pero Francia ha preservado en gran medida la educación durante esta crisis: sólo 12 semanas de cierre para nuestras escuelas desde marzo de 2020”.
“En cambio, en Estados Unidos las escuelas cerraron durante 56 semanas o en Alemania durante 34. Algunas clases se han podido reanudar físicamente en la universidad en los últimos meses. Podemos estar orgullosos de esta elección colectiva, de haber hecho todo lo posible por el futuro de nuestros niños y de nuestra juventud.” Ésta es una parte del mensaje de Emmanuel Macron, el pasado 12 de julio.
Cierto, hasta mediados de junio, habían muerto en México 569 menores de edad por Covid-19, mucho más que en Francia, donde falleció apenas una quincena en el mismo periodo. Aparte de que somos un país más poblado, seguramente la epidemia de obesidad infantil es parte de la explicación, junto con la desigual solidez de los servicios de salud galo y mexicano. Pero los padres no sólo debemos pensar en la probabilidad (bajísima incluso en México) de enfermedad grave en menores, sino ver cómo nuestros hijos ven sacrificados sus juegos e intercambios. Los riesgos del encierro para el desarrollo y la salud psicoemocional de los niños son reales y masivos. Los suicidios de niñas y niños, de entre 10 y 14 años, se incrementaron un 37 por ciento en México entre 2019 y 2020.
En las redes sociales me exigieron que me diera una vuelta por un hospital infantil. Conseguí entrevistar a una destacada pediatra de La Raza. “La evidencia científica demuestra que el número de contagios es ligeramente mayor cuando se reabren las escuelas --me explica--, pero no así la gravedad de los casos. Pienso que se debe intentar el regreso híbrido y progresivo. Hay niños con Covid en el hospital, pocos, pero es porque tienen una enfermedad de base (como cáncer) que los hace estar inmunosuprimidos. Pienso que los niños han aprendido mucho más de lo que imaginamos en cuanto a cuidarse.”
La mayoría de los padres haríamos cualquier cosa para proteger a nuestros hijos del peligro. Pero, desde que salieron de esa burbuja que es la placenta de su madre, también sabemos que pueden descalabrarse con el filo de la mesa en sus primeros pasos, tambaleantes. Pronto se da uno cuenta de que no siempre se puede estar junto a él o ella, todo el tiempo. Dolorosamente, a veces los vemos enfermarse, romperse un hueso en una maroma o llenarse de melancolía. Y así nos cae el veinte de que nuestra mayor responsabilidad es apoyarlos, en la medida de nuestras fuerzas, para que sean independientes, fuertes y felices. A algunos, la pandemia los está matando de tristeza. A otros, los llena de confusión acerca de sus relaciones, del mundo y la sociedad. Por eso, cada quien a su ritmo y con precauciones, ¡hay que regresar!