José Woldenberg llama a la ciudadanía, desde hace meses, a defender al INE ante lo que considera el autoritarismo y la regresión. Algunos conocidos me han pedido que también dedique esta columna a respaldar al instituto electoral y a promover la marcha contra la reforma que irá del Ángel al Hemiciclo a Juárez el domingo 13. Pero dudé en hacerlo porque en estos momentos sucede la COP 27.
Según Woldenberg, si quienes aspiran a presidir el instituto debieran ganar a su vez una elección (como propone la iniciativa del Presidente), entonces tendrían que obtener el respaldo de los partidos políticos y no serían consejeros con autonomía. Más grave aún, según Lorenzo Córdova (antiguo asesor de Woldenberg en el IFE y hoy presidente del INE), si tuviésemos que votar por los más altos funcionarios electorales, ello significaría abrir la rendija para que el crimen organizado promueva a algunos aspirantes.
En lo personal, creo que aunque no hubiese una intención perversa del Gobierno para presentar la Reforma Electoral e incluso suponiendo que lo mueva la idea de tener elecciones más baratas, sabemos de qué pie cojea. La 4T es capaz de defender ante Estados Unidos a regímenes dictatoriales como Nicaragua, Cuba y Venezuela. Concede legitimidad a gobiernos que no llegaron al poder mediante elecciones libres. Tal vez el Presidente y otros morenistas crean que las circunstancias de México no son las de esos países y no se proponen imitarlos. Pero, al final, les gana su corazoncito: qué tanta es tantita propaganda a favor de una consulta; qué importa si la gente aprueba una propuesta a mano alzada en una plaza. Frente a ese laxismo democrático, ese consecuentar a los dictadores cuando éstos se dicen de izquierda, necesitamos un árbitro electoral que no se amilane.
Lorenzo Córdova se fajó los pantalones y les exigió que respeten la ley. No se lo perdonan y nosotros debemos tomar nota. ¿Queremos un pelele dirigiendo al INE? Yo no.
Una vez expuestas mis razones para apoyar al instituto, yo también, como Woldenberg, llamo a la ciudadanía a defender, pero al planeta. No hay pretexto para que las élites, tan angustiadas por la democracia, no se informen de la crisis climática y del riesgo de caer en la barbarie. Si el fin de la democracia sería malo, imagínense el colapso de la actual civilización. Eso está en juego si las emisiones de gases de efecto invernadero no se mitigan. El IPCC ha explicado que el calentamiento de 1.5ºC es reversible, pero no así temperaturas superiores. Estamos a punto de perder el clima templado que hizo posible la agricultura y los grandes imperios chino, egipcio, inca, entre otros, es decir, el comienzo de la civilización. Antes de esa época éramos bandas de cazadores recolectores, haciéndonos la guerra y migrando para ganarnos el sustento. Es difícil saber exactamente cómo luciría la humanidad en medio del caos climático, seguro no volveríamos a las cavernas, pero algunas regiones serían inhabitables, millones migrarían y el sistema alimentario sería insuficiente.