Este fin de semana, pasadas las nueve de la noche del sábado 13 de noviembre, una bebé de ocho meses perdió a su madre, ante sus ojos y sin saber lo que ocurría, hombres armados irrumpieron en su vivienda y a quemarropa asesinaron a su mamá en Apaseo el Grande, Guanajuato.
En total, el comando acribilló a tres mujeres adultas y a dos menores de edad, con armas de grueso calibre y luego huyó. La bebé que sobrevivió permanece hospitalizada porque una esquirla de bala le provocó una herida en uno de sus brazos.
La bebé ahora está bajo resguardo de la Fiscalía de justicia del estado en espera de que se recupere, pero las secuelas serán más allá de las heridas físicas, esta bebé se quedó sin el pilar más importante de su vida: su madre.
Pero no fue el único menor de edad que ese sábado quedó huérfano, horas antes, a las seis de la tarde, otros dos niños perdieron a su mamá. Sucedió durante una fiesta infantil en Silao, en el mismo estado, otro comando que llegó en motocicletas irrumpió y disparó contra los invitados, lo que dejó seis muertos y tres lesionados.
Lo más grave de todo es que los niños y niñas que han perdido a sus padres y madres se cuentan por decenas, y ni siquiera existe un registro real de estos menores de edad.
Infantes que pueden sufrir en manos del crimen organzado, pero tambien, una vez que crecen un poco, formar parte de estos grupos. Lamentablemente no tienen otra opción de vida.
A estos huérfanos ni siqiuera se les toma en cuenta, no se sabe ni siquiera cuántos existen.
Pierden a sus familias ya sea por ajustes de cuenta o porque quedan en medio del fuego cruzado.
Actualmente no existen cifras oficiales de cuántos niños quedan en la orfandad, pero según la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim), desde 2006 a la fecha existen entre 30 a 40 mil niños huérfanos por el crimen organizado.
Se trata de una cifra moderada, porque el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) no cuenta tampoco con una base sobre estos casos, debido a que no existe personal capacitado ni recursos, y porque cada DIF, a nivel estatal, se maneja de forma independiente.
Estos niños terminan en casas-hogares o con familiares que tampoco pueden hacerse cargo de ellos, ya sea por situación económica o porque también cuentan con sus propios hijos, esto hace que sean más vulnerables y que incluso terminen integrando a células criminales.
La organización Seguridad Ciudadana en América Latina indica que México está entre los cinco países de la región donde los menores de edad no se sienten seguros, el grupo es encabezado por Venezuela, El Salvador, República Dominicana, Perú y nuestro país.
Y luego viene la otra cara de esta terrible situacion y son los menores de edad que engrosan las filas del narcotráfico.
Según el más reciente estudio de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, las pandillas aprovechan la falta de oportunidades y la falta de mecanismos para brindar apoyo a los menores, que permite que los grupos criminales recluten y entrenen en el uso de armas y el tráfico de drogas a niños y adolescentes pobres y huérfanos.
Son niños que desde los 10 u 11 años son integrados al crimen organizado para ser halcones, trasladar droga e incluso empezar a utilizar armas.
Pero existen otros niños que lejos de comenzar con delitos que ameritan bajas sanciones son llevados a entrenamiento para usar armas, incluso largas de forma inmediata, estos niños están en la Montaña de Guerrero y en Tierra Caliente, Michoacán.
Los hacen participes de la violencia
En enero de 2020 y abril de este año, menores de edad de Chilapa, Guerrero, fueron presentados como parte de las llamadas policías comunitarias; sin embargo, varios de esos líderes son relacionados con grupos criminales.
Estos menores se sumaron a las autodefensas debido a que el grupo denominado Los Ardillos, que operan en la Montaña, mató a sus padres, por lo que hoy se estima que en esa zona existen poco más de dos mil menores huérfanos de padre o madre.
En tanto, en Michoacán, la situación también es preocupante debido a que grupos como Los Viagra, Caballeros Templarios y La Familia Michoacana aprovechan que son de la región para convencer a menores de edad de sumarse a sus grupos y combatir al Cártel Jalisco Nueva Generación.
Sin embargo, el reclutamiento de menores de edad en esta entidad no es reciente y se agravó en 2012 con la creación de las llamadas autodefensas, que comenzaron en Tepalcatepec y Buenavista Tomatlán.
Existe un hombre que se dedica a ayudar a través de la asociación Cristos, se trata del sacerdote Gregorio López Gerónimo, mejor conocido como El Padre Goyo, quien calcula que en 2014 ya había cuatro mil 800 huérfanos en Michoacán y más de dos mil 500 viudas.
Las cifras siguen creciendo.
Otros estados donde los grupos criminales buscan a los menores de edad vulnerables para hacerse de sus servicios es Tamaulipas, donde el Cártel del Golfo también busca a los niños para convertirlos en halcones y sicarios. Incluso este cártel reparte juguetes y despensas y brinda apoyo a la sociedad, por supuesto nada es gratuito.
El estado no ha logrado cuidar a estos menores de edad, que han quedado huérfanos por la violencia que vivimos.
Sin resguardarlos y protegerlos, lo único que se ha logrado es que queden vulnerables y que puedan ser captados por los grupos criminales.
No existen protocolos de seguimiento, de atención, y estos niños terminan atrapados en un sistema que no les permite tener estabilidad o una mejor opción, por ello muchos optan por buscar una familia dentro de los grupos criminales.
En un reportaje que hicimos ya hace muchos años, en el 2009, en Ciudad Juárez se veía cómo empezaba a crecer este fenómeno. Ahí platicamos con menores de edad que se habían quedado solos porque sus padres o los habían abandonado o habían muerto y sus madres trabajaban en la maquila.
Esos jóvenes me dijeron una frase que nunca olvidaré: “Entramos con ellos (con el crimen), porque más vale una vida de rey, que toda una vida de buey”.
Estos niños y jóvenes que ingresan al crimen organizado, muchas veces porque se han quedado sin sus familias, madres, padres o abuelos, tiene una esperanza de vida de unos tres años.
Hoy cada día hay más menores desamparados que hay que cuidar y resguardar, por ellos y por la seguridad de muchos otros.
Urge que como política de Estado se visualice a estos pequeños y que se les dé otra forma de vida.